Pesadilla en Calais a dos pasos del Reino Unido

Pesadilla en Calais a dos pasos del Reino Unido
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Por Escarlata Sanchez con Valérie Gauriat
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Estamos en uno de los campamentos de inmigrantes de Calais, ciudad al norte de Francia. Vienen de Sudán, Eritrea, Libia, Afganistán o Siria, la

Estamos en uno de los campamentos de inmigrantes de Calais, ciudad al norte de Francia.

Vienen de Sudán, Eritrea, Libia, Afganistán o Siria, la mayoría de ellos ha huido de la guerra o la dictadura.

Casi nadie quiere hablarnos y aún menos a cara descubierta, por miedo a posibles represalias.

Un emigrante sudanés acepta conversar de espaldas a la camara:

“Ve usted, vivimos aquí en esta especie jungla. Y nos vamos muriendo poco a poco. Lo que queremos es protección.”

Desde el cierre del Centro de refugiados de Sangatte en 2002, los emigrantes se han reinstalado en los descampados a las afueras de la ciudad.

Una nueva oleada de expulsiones masivas comienza estos días.

Algunas asociaciones como Auberge des Migrants tratan de ayudarles. Con ellos colabora Christian Salomé:

“De alguna manera envidiamos cómo el Alto Comisionado de Refugiados instala sus campamentos en países como Jordania, países así, países pobres que acogen a los refugiados de guerra mejor que en nuestros países ricos.”

Hoy en día, unos 1.500 emigrantes viven en Calais.

Algunos han solicitado asilo en Francia.

Pero la mayoría tiene como único objetivo llegar a Inglaterra, cruzar el Canal de la Mancha.

Muchos hablan inglés y tienen conocidos que les esperan allí.

Dar el paso es peligroso; pero, después de lo que ya han sufrido, están dispuestos a todo.

Este emigrante de Eritrea nos cuenta las condiciones en las que vivía en su país:

“Cuando estaba en mi país estuve en la cárcel. La cárcel es horrible. Allí me tuvieron 3 ó 4 meses, sin juicio y sin haber cometido ningún delito, sólo por mi ideología política. Si me hubiera quedado estaría en la cárcel sufriendo torturas y violaciones, quien sabe. He elegido la dignidad como ser humano y por eso me fui, por eso dejé mi tierra. Allí tengo familia, tenía trabajo, pero eso no importa, lo que necesito es libertad “.

Una sed de libertad que están pagando caro.

De la travesía del Sáhara, al cruce del Mediterráneo, pasando por los abusos sufridos en Libia, cada cual ha tenido que afrontar la muerte para llegar a Europa.

“Cruzan el mar Mediterráneo. Y a veces, algunas personas pierden la vida delante mismo de los equipos de rescate. Yo lo he visto. Y yo perdido muchos de mis amigos y hermanos. Cuando llegamos aquí, teníamos muy buena imagen de los europeos y los países de Europa. Teníamos muchas expectativas puestas en su buena política, de justicia y humanidad. Sin embargo al llegar aquí… tenemos una vida peor que la de un perro.”

De repente llama un grupo que corre hacia lo alto del campamento.

Detrás de las dunas, bajo una colina están las vías del tren, y más allá la autopista de la esperanza.

Aprovechan que hay atasco y tráfico a baja velocidad, para tratar de subirse a algún camión rumbo a Inglaterra.

Pero la policía está alerta.

Los más temerarios solo conseguirán ese día cruzar la autopista.

Y nos aseguran que si no fuera por la cámara que está grabando, habría huido todos al llegar la policía.

Algunos muestran señales de la brutalidad policial, denunciada este año por el Consejo de Europa y el Observatorio de Derechos Humanos.

Pero Inglaterra, aseguran, es su última oportunidad, nos dice uno de ellos:

“Vamos allí para trabajar en el mercado negro. Tenemos papeles italianos, pero en Italia no hay trabajo y además no nos dejan trabajar en otros países de Europa. Si me dejaran trabajar dentro del espacio Schengen, entonces no querría ir al Reino Unido.”

Es el resultado de la Convención de Dublín, que permite que cada país de la Unión devuelva a un emigrante clandestino al primer país de llegada.

Una política tan ineficaz como dañina, resume un voluntario, Philippe Wannesson de la asociación Passeurs d’hospitalité que ayuda a los emigrantes de Calais.

“Los países de llegada no les acogen, sino que les toman las huellas dactilares. Por eso van de un lado para otro. Cuando les detienen, les devuelven al país por el que entraron, y vuelven a marcharse por no reunir las condiciones. No se les considera como refugiados y se convierten en indocumentados que vienen a engrosar el mercado negro por todas partes.”

La Unión Europea no asume sus responsabilidades, insiste Natacha Bouchart, alcaldesa de Calais. Según ella habría que imponer cuotas de emigrantes a todos los Estados miembros, y revisar totalmente los acuerdos de Schengen. Y sobre todo exigir al Reino Unido que se adhiera a la causa.

“O se está en Europa o no se está en Europa. El gobierno británico no puede seguir sacando solo los elementos que le interesan y no tomar la problemática europea en su globalidad.”

Calais organiza el desalojo de los bosques que rodean a la ciudad.

La única alternativa es el nuevo centro de acogida de día Jules Ferry, situado a pocos kilómetros de la ciudad. Allí reparten varias comidas diarias.

Además de instalaciones sanitarias, el centro está dotado de un alojamiento para mujeres y niños.

Pero no para los hombres, a quienes se les ha reservado un descampado cerca del centro.

Una solución inaceptable para muchas asociaciones e insostenible para los emigrantes.

Igual que muchos otros, este hombre ya no puede más. Desertor del régimen de Bachar Al Assad en Siria, ha sido expulsado de un país europeo a otro desde hace dos años. Él también quiere ir el Reino Unido.

“¡No tengo otra opción! Desde que llegué a Europa y me tomaron las huellas digitales, me han dejado en la calle. ¿Dónde está la humanidad? ¿Dónde están los derechos humanos de los que tanto se habla aquí?”

De camino al centro de acogida nos encontramos con Didier Fosseux. La falta de alojamiento para los emigrantes, no va a mejorar las cosas, según nos cuenta.

El jardin de su casa colinda con un bosque en el que un grupo de emigrantes ha improvisado un campamento.

“Desde la casa vimos que se estaba moviendo el seto y allí estaban cortándole las ramas al ciprés. Entraron por la casa del vecino, aplastaron la valla y empezaron a cortar la madera. Y no sólo rompieron la cerca también han hecho ahí sus necesidades… Y ahí están… Esto es lo que hay.”

Robos e intrusiones están acabando con la paciencia de muchos residentes desde el desmantelamiento de Sangatte en 2002.

“Lo que ocurre en sus países en muy grave y si están aquí no es por nada, prosigue Didier Fosseux. Pero lo cierto es que tampoco podemos recoger toda la miseria del mundo. La solución para estas personas es que les dejen irse a Inglaterra.”

El año pasado, 17 personas murieron aquí tratando de pasar una frontera en la que cada vez hay más medidas de seguridad.

Estos jóvenes escondidos debajo un puente, van a hacer su primera tentativa.

Según nos cuentan, no tienen nada que perder.

“Cuando fui de Libia a Italia, nuestro barco se rompió. Unas 140 personas se ahogaron ante mis ojos.¡Yo los vi! Desde entonces aquí estoy, estoy con vida, pero qué tipo de vida… ¡Esto no vida! Es mejor intentarlo o morir.”

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