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Verdún: el antídoto a los nacionalismos

Verdún: el antídoto a los nacionalismos
Derechos de autor 
Por Beatriz Beiras
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Un siglo desde la batalla que duró todo el año 1916, y todavía siguen saliendo de la tierra de labranza y de los bosques de los alrededores de Verdún obuses que se lanzaron los contendientes, franceses y alemanes, durante 300 días y noches. Durante otros dos siglos, se seguirán topando agricultores y senderistas, con restos de la artillería de la Primera Guerra Mundial que la tierra nos devuelve como para que nunca olvidemos lo que allí ocurrió, desde febrero hasta diciembre de 1916.

Trescientas mil personas murieron en Verdún, en el Osario de Douaumont yacen 130 000 soldados franceses y alemanes. A pesar de tantos muertos, a pesar del rodillo de fuego de su artillería, los alemanes nunca consiguieron tomar Verdún. A final del año 1916 los franceses dieron por ganada la batalla. Verdún se convirtió en un símbolo de la unidad de la patria para los franceses. Hasta que en 1984 François Mitterrand y Helmut Kohl se dieron la mano delante del impresionante Osario y Verdún se convirtió en el símbolo de la amistad franco-alemana, y desde entonces de la exaltación de la paz y la fraternidad en Europa.

Mitterrand y Kohl fueron mas allá de la Segunda Guerra Mundial, quizás porque la llamada Gran Guerra, no sólo fue su preludio, sino porque dejó una profunda huella en el imaginario colectivo de los europeos.
En cualquier rincón de Francia, en el pueblo mas remoto, hay un monumento « aux enfants morts pour la patrie » a los hijos muertos por la patria. Algunos son como monolitos con un banco circular alrededor, pero otros son esculturas funerarias que sobrecogen por el dolor y sufrimiento que siguen transmitiendo un siglo depués de aquella hecatombe europea.

En los años sesenta, tuve la suerte de pasar varios veranos en el norte de Alemania para aprender el idioma en una inmersión lingüística radical. Una de las primeras palabras que aprendí en alemán fue « Krieg », guerra. Normal, la familia que me hospedó había atravesado la guerra mundial. Pero tanto como las historias de los bombardeos aliados precedidos por el aullar de las sirenas, que me contaba con dramatismo la señora de la casa, me impresionó « Opa », el abuelo, con su gorra de visera y su bastón, callado pero simpático, pasaba las tardes pelando patatas nuevas para hacer Kartoffelsalat. Nunca supe de su vida, pero no hacía falta, yo sabía que aquel anciano había vivido la para mi lejana y misteriosa guerra del 14.

Ahora ya no quedan supervivientes de aquella guerra fratricidad entre europeos para que los niños de hoy sientan el mismo respeto. Por eso es importante recordarla con actos como el celebrado el domingo 29 de mayo en Verdún con la presencia de François Hollande y Angela Merkel. No sólo es un obligado homenaje a los que dejaron allí su juventud, un acto de compasión. Es también una manera de evocar el pasado de nuestro continente ahora que las pulsiones nacionalistas vuelven con fuerza, como si alguna vez los nacionalismos hubieran contribuido a solucionar algún problema. La historia de Europa nos cuenta que contribuyeron a todo lo contrario.

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