Siete años de guerra, muerte y éxodo en Siria

Siete años de guerra, muerte y éxodo en Siria
Por Alice Cuddy
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Omar salió de la cárcel con 20 años. Manal tardó nueve días en localizar a sus hijos que llegaron a Europa cruzando el Mediterráneo. Amal fue testigo de la degeneración de los campos de refugiados griegos. Años de pérdida en boca de la población siria.

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Han pasado siete años desde que comenzó el conflicto en Siria, dejando un legado de muerte y destrucción a su paso.

El laberíntico conflicto ha astillado el país, con partidarios del gobierno, militantes rebeldes, extremistas y combatientes extranjeros librando batallas a lo largo y ancho del país.

Los observadores dicen que el costo humano de la guerra tiene pocos equivalentes modernos.

Según Naciones Unidas, se estima que medio millón de sirios han sido asesinados y 6,1 millones han sido obligados a desplazarse dentro del país.

Desde asedios urbanos de varios años hasta la destrucción de monumentos históricos, gran parte de la infraestructura del país se ha reducido a escombros.

Millones de sirios han buscado seguridad en los países vecinos o han cruzado peligrosamente el Mediterráneo en busca de refugio en Europa.

Desde los actores globales que despliegan tropas terrestres y bombarderos hasta los estados que albergan a los desplazados, pocas partes del mundo no han sido afectadas por la guerra de Siria.

El principio

El conflicto en Siria comenzó en 2011, en medio de las protestas de la primavera árabe contra los regímenes autocráticos que habían arrasado gran parte de la región.

El 15 de marzo, miles de personas se reunieron en ciudades de toda Siria para oponerse al régimen de Bashar al Asad en lo que los activistas denominaron el "Día de la Rabia". Las multitudes se dispersaron violentamente y los manifestantes fueron arrestados.

Tres días después, en el "Día de la Dignidad", continuaron las protestas en las principales ciudades sirias y en Daraa, la llamada cuna de la revolución, donde cuatro manifestantes fueron asesinados por las fuerzas de seguridad.

A pesar de la violencia, las protestas continuaron creciendo.

“La emoción pura y lo que significaba a nivel humano y personal para la gente protestar es algo que me ha impresionado", dijo a Euronews Wendy Pearlman, profesora de la Northwestern University especializada en política de Oriente Medio.

En las entrevistas que Pearlman realizó con decenas de refugiados sirios en el Líbano, Turquía, Jordania y Europa entre 2012 y 2017, dice que los recuerdos de los primeros días fueron de euforia.

Ellos dicen:"fue el mejor momento de mi vida, fue la primera vez que respiré, fue la primera vez que me sentí como una ciudadana siria", aegura Pearlman.

Pero, a medida que la guerra ha seguido intensificándose, la gente se ha vuelto más reacia a recordar esos primeros momentos, añade.

“Para mucha gente ahora, es realmente doloroso recordar esos días, incluso los tiempos de euforia total y liberación y alegría. Es aún más doloroso pensar en eso ahora en relación con la desesperanza que tanta gente siente ".

REUTERS/Handout
Manifestantes que protestan contra el presidente sirio Bashar al-Assad marchan por las calles el primer día del festival musulmán de Eid-al-Adha en Alsnmin, cerca de Daraa, el 6 de noviembre de 2011.REUTERS/Handout

La cárcel

En las entrevistas que Euronews realizó con varios refugiados que vivían en Europa, muchos dijeron que los primeros días del levantamiento habían sido los más decisivos de sus vidas.

Omar Alshgore estaba todavía en la escuela cuando comenzó el conflicto. Asistió a las protestas en su ciudad natal de Baniyas sin comprender realmente por qué estaba luchando:

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“Tenía 15 años y no sabía lo que significaba: libertad o policía. Sé que en nuestras escuelas, nos enseñaron que la policía es la gente que te salva la vida, pero cuando estuve allí los vi matar a mis amigos, arrestarme y torturarme".

Omar fue encarcelado varias veces por un período de días por asistir a las protestas, antes de finalmente ser condenado a tres años de prisión.

“Cuando salí de la cárcel tenía 20 años y medio. Estaba enfermo de tuberculosis y pesaba 34 kilogramos. Mi madre no podía recordarme cuando me vio... Podía imaginar a un niño hermoso, no a mí como una persona horrible", rememora.

Su madre, que había pagado por la liberación de Omar, lo envió a Grecia en busca de atención médica.

Incapaz de obtener la ayuda que estaba buscando, dice que entonces viajó a través de Macedonia, Serbia, Croacia, Eslovenia, Austria, Alemania y Dinamarca antes de establecerse en Suecia.

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Ahora, al volver a hacer su último año de secundaria, Omar dice que su experiencia en la cárcel le ayudó a adaptarse a la vida en Europa. "Cuando vas del infierno al cielo es tan fácil", dijo.

REUTERS/Alkis Konstantinidis
Un refugiado sirio que sostiene a un bebé mientras nada hacia la orilla después de que su bote se desinflara a unos 100 metros de distancia antes de llegar a la isla griega de Lesbos, el 13 de septiembre de 2015.REUTERS/Alkis Konstantinidis

El viaje

La guerra en Siria ha obligado a millones de personas como Omar a abandonar sus hogares.

Mientras que la mayoría ha huido a países vecinos de Siria, alrededor de un millón han solicitado asilo en Europa, según cifras oficiales.

“Es una de las crisis de refugiados más grandes e importantes del siglo XXI", dijo a Euronews el alto comisionado adjunto del ACNUR para la Protección, Volker Turk. La guerra ha "diseccionado todo el tejido social de una sociedad. Eso es enorme para una población que se sabe que tiene mucha educación, que es extremadamente innovadora y creativa. Y ver esta ruina delante de nuestros ojos es desgarrador", dijo.

Los refugiados entrevistados por Euronews dijeron que viajaron a Europa para huir del encarcelamiento y la muerte, y con la esperanza de construir una nueva vida lejos de la destrucción que había asediado sus hogares.

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Pero el viaje en sí no fue nada fácil.

La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) dice que el cruce del Mediterráneo es "con mucho el viaje más mortífero del mundo" para los migrantes, con al menos 33.761 personas reportadas como desaparecidas entre 2000 y 2017.

Manal y sus hijos se encuentran entre los que se embarcaron para alcanzar Europa. Huyó de Siria a finales de 2014 tras recibir amenazas por parte de militantes, porque trabajaba para el Ministerio de Justicia sirio

Sin embargo, la falta de fondos y tiempo la obligó a dejar a sus tres hijos atrás. Después de llegar a Dinamarca, Manal quedó devastada al enterarse de que tendría que esperar tres años para obtener el derecho de reunirse con su familia.

Al no estar dispuesta a esperar, recurrió a los contrabandistas que la habían facilitado el cruce y pagó por sus tres hijos, que ahora tienen 18, 14 y 9 años de edad, para hacer el viaje al año siguiente.

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Se mantuvo en contacto con su hija mayor a través de Whatsapp, pero se preocupó cuando los mensajes se detuvieron.

“Horas después leí que el barco estaba roto y mucha gente había muerto. No sabía qué había pasado con mis hijos", rememoró.

Durante días, Manal rebuscó en las fotos de los cadáveres para encontrar a sus hijos hasta que, mientras empezaba a perder toda esperanza, un mensaje llegó al noveno día de un desconocido en Facebook diciéndole que estaban vivos.

"Créeme, los nueve días que no sé de ellos, por la mañana y por la noche, dejé de comer. Perdí peso. Me volví loca", dijo.

Ahora reunidos en Dinamarca, Manal dice que la familia está tratando de olvidar los horrores del viaje.

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"Mi hijo es tratado por un psicólogo. A los siete años ve gente gritando, muriendo delante de él", dijo.

"Hemos pasado un tiempo muy duro y esto ha afectado nuestra [salud] psicológica...Estoy rota, estoy destrozada. Pero necesito ser una mujer muy fuerte porque tengo hijos ".

Una vida nueva

Como Manal y sus hijos, para muchos migrantes sirios las dificultades no terminan cuando llegan a Europa.

“En Europa, los solicitantes de asilo se consumen con la dificultad de empezar de nuevo la vida, de aprender idiomas, de lidiar con la burocracia, de volver a formarse, de saber si van a poder trabajar en la profesión que tenían en su país de origen", explica Pearlman.

"Sus vidas están en este limbo que emocionalmente se cobra un precio muy alto".

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Las cuestiones del nuevo comienzo de la vida en Europa no están más claras que en los hacinados campos de refugiados griegos.

Amal Adwan, de 47 años, dice que decidió dejar su hogar en Damasco y viajar a Europa porque la "guerra y la muerte en todas partes" la habían convertido en una extraña en su propio país.

Cuando se embarcó en el barco rumbo a Europa, Amal recuerda haber pensado: "si muero, es mi destino y si llego a Grecia mi vida será mejor".

Sin embargo, mientras que la vida en el campo de refugiados Moria de Lesbos la salvó de balas y bombas, estaba lejos de ser un paraíso feliz. Delincuencia, dependencia del alcohol y drogadicción son algunas de las lacras engendradas entre las tiendas de refugiados.

"La gente no debería quedarse en Moria más de una o dos semanas. No es para humanos", dice Amal.

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Ahora que vive fuera del campo, esta investigadora médica espera la aprobación de su solicitud de asilo para encontrar trabajo en Grecia.

Turk, de ACNUR, dijo que Europa y el resto del mundo debe encontrar formas de invertir en migrantes sirios como Amal para que "puedan continuar con sus vidas".

“Necesitamos tener y mostrar una compasión y solidaridad continuas con los refugiados de fuera; tanto en los países vecinos como en otros lugares", dijo.

Pero, advirtió, que "también vemos su declive en los mecanismos de afrontamiento, porque para ellos esto ha sido demasiado largo, es una de las crisis más prolongadas de esa magnitud que hemos visto".

"Requerirá mucho trabajo".

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REUTERS/Alkis Konstantinidis
El refugiado sirio Bashar Wakaa sostiene la cabeza de su hijo en un campamento provisional para refugiados e inmigrantes junto al campamento de Moria en la isla de Lesbos, Grecia, el 30 de noviembre de 2017.REUTERS/Alkis Konstantinidis

La vuelta a casa

Muchos de los solicitantes de asilo y refugiados con los que Euronews habló dijeron que soñaban con regresar a Siria.

“Espero que la situación mejore, queremos volver a nuestra patria, a nuestro país. No hay un lugar como el hogar, a pesar de todo", dijo, entre lágrimas, Rasha, de 38 años, una solicitante de asilo en el campamento de Moria.

Pero siete años después del conflicto, los observadores advierten que todavía no hay un final a la vista.

Sólo en 2018, se han registrado niveles récord de desplazamientos, aumento de víctimas civiles, crecientes ataques a las instalaciones educativas y una denegación sistemática de ayuda, advierte la ONG Save the Children.

Turk dice que no es el momento de facilitar o promover el regreso a Siria.

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Mientras las bombas siguen cayendo en Guta y en otras partes del país, refugiados como Omar se concentran ahora en aprovechar al máximo sus nuevas vidas.

“Quiero decirle a Europa que podemos marcar la diferencia: somos muy buenas personas, venimos de un país muy bueno; estamos aquí por la guerra que comenzó por razones políticas", afirmó.

“Espero que [la guerra] termine pronto, pero es una gran guerra, no sólo para Siria sino para el mundo. El mundo está luchando allí. El pueblo sirio tiene que hacer la solución".

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