El presidente austriaco dimitió tras las acusaciones de corrupción, si bien seguirá liderando el partido y controlando el Gobierno.
La dimisión de Sebastian Kurz puede interpretarse de diferentes maneras, como explica desde Viena el corresponsal Johannes Pleschberger: podría tratarse de una destitución forzada, es decir, que la presión de los socios de la coalición, de la oposición y también de la de su formación, el conservador Partido Popular, se hiciera demasiado grande: dos investigaciones de la Fiscalía por corrupción no eran justificables para un jefe de Gobierno.
O quizás, la dimisión fue más bien una jugada a lo Vladímir Putin. El presidente ruso también nombró a su leal compañero de partido Dmitri Medvédev durante cuatro años, para luego volver a ocupar él mismo el máximo cargo. De la misma manera, Sebastian Kurz instalaría temporalmente a su hombre de confianza Alexander Schallenberg como canciller.
A pesar de su dimisión, Kurz sigue siendo el líder del partido y continuará dirigiendo tanto este como el Gobierno, independientemente de las investigaciones sobre posibles sobornos, malversación de fondos o falso testimonio. Esto causa un gran revuelo en la oposición, aunque los Verdes, socios de coalición, se muestran tranquilos por el momento.
Para posibilitar nuevas investigaciones, parece que el mismo Kurz solicitará el levantamiento de su actual inmunidad parlamentaria. Queda por ver si todo irá según lo previsto para él, a pesar de la gravedad de las investigaciones.