Mujeres en ciencia: ¿por qué el Grupo Helsinki ha sido clave en la lucha contra la brecha de género?

Una bióloga del laboratorio farmacéutico OSE Immunotherapeutics trabaja en un programa para desarrollar una vacuna
Una bióloga del laboratorio farmacéutico OSE Immunotherapeutics trabaja en un programa para desarrollar una vacuna Derechos de autor LOIC VENANCE/AFP or licensors
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Por Laura Llach
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En 1999 Europa sospechaba que existía una brecha de género en el campo de la ciencia. Faltaban mujeres en puestos de responsabilidad y en investigación, pero no había datos para corroborar esta realidad. Y, sin estos datos, no se podía actuar.

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La primera vez que se reunió el Grupo Helsinki, recién creado por la Comisión Europea, no todos tenían claro qué estaban haciendo allí. De hecho, había muchos escépticos que se negaban a ver el problema.

Era 1999 y Europa sospechaba que existía una brecha de género en el campo de la ciencia. Faltaban mujeres en puestos de responsabilidad científica y se veían más hombres dedicándose a la investigación, pero no había datos para corroborar esta realidad que se palpaba en los laboratorios. Y, sin estos datos, no se podía actuar.

Para atajar este problema, se convocó una reunión a la que asistieron representantes nacionales -tanto políticos, como expertos en género- de los 27 estados miembros de la UE y otros países que participaban en el programa de investigación, con la idea de fomentar la participación de la mujer en la ciencia y crear un informe que mostrase por primera vez cuántas mujeres emprendían estudios científicos, cuántas acababan dedicándose a ello y en qué puestos.

Diferencias entre bloques

La primera de muchas tuvo lugar en el palacio de congresos de Helsinki, una fría mañana de diciembre. “A la reunión acudió una mezcla muy interesante de gente”, cuenta Tiia Raudman, del Ministerio de Educación e Investigación de Estonia y miembro fundador del Grupo Helsinki.

“Algunos países estaban muy avanzados en el tema, otros eran conscientes de que no tenían científicas en puestos altos y finalmente se encontraba el grupo de países que no sabían qué estaban haciendo ahí”, señala.

Mientras que el concepto “cuestiones de género” estaba siendo asimilado y trabajado por una parte de la Unión Europea, los países del este tenían un conocimiento superficial de este término, en palabras de la investigadora.

“El antiguo bloque soviético pensaba que ya existía igualdad porque el número de mujeres que trabajaba era mucho más alto que en el resto de la Unión. Como la mujer históricamente participaba en el campo laboral, no veían cuál era el problema”. Aún así, la mujer se ocupaba de la casa, de la comida y de los hijos, “con lo cual, tenían que hacer el doble de trabajo”, añade.

Cuenta que hubo que trabajar mucho para poder llegar a un consenso entre los diversos participantes. “Había países que llevaban ya 40 años desarrollando el tema de la igualdad de género, pero este concepto provocaba la risa del bloque del este. Simplemente pensaban que no era un tema del que debían preocuparse”.

Al principio no llegaban a un acuerdo, procedían de entornos distintos y todo el mundo quería hablar. “Incluso una vez llegué a escuchar, para justificar que no existía un problema, que el cerebro de la mujer era más pequeño que el del hombre”, asegura Raudman.

Hicieron falta muchas reuniones y algunos cambios en los participantes para que la cosa empezase a funcionar, pero llegaron a un punto en común en el que identificaron el problema y empezaron a entenderse entre ellos. Así es como se pusieron manos a la obra para recabar los datos por países.

Tiia Raudma se encuentra situada en la esquina inferior derecha
Foto de hemeroteca tomada en Bruselas durante la celebración en 2009 de los 10 años de trabajo del Grupo Helsinki.Tiia Raudma se encuentra situada en la esquina inferior derecha

Llamar institución a institución

En aquel momento, Eurostat no contaba con un desglose detallado del número de mujeres y hombres que se dedicaban a la ciencia, así que la tarea de recoger los datos quedó en manos de los “corresponsales estadísticos del Grupo Helsinki”. Una red de personas, en cada país que particapaba, encargada de dar con estas cifras.

Raudma contactó con la oficina de estadística de Estonia solo para comprobar que tenían pocos datos. Tuvo que llamar por teléfono universidad a universidad para que le enviasen las cifras de carreras científicas, el número de investigadores y todo lo que tuviesen que pudiese servir para el estudio.

“El problema fue que en ese momento nadie llevaba la cuenta segregada por géneros, por lo que tuve que convencerles de la importancia de hacerlo, aunque al principio no cooperaron mucho”, comenta la investigadora.

Al ser Estonia un país pequeño, no tuvo problema para ponerse en contacto con las instituciones y universidades del país, pero para los corresponsales de países más grandes fue una tarea más compleja.

A este esfuerzo, se sumó la presión de la Unión Europea a Eurostat para que empezase también a recabar datos. Con todo, en 2003 se publicó la primera versión del informe “She Figures”, que mostraba por primera vez, entre otros temas, cuántas mujeres emprendían carreras científicas y cuantas ocupaban puestos en investigación.

“Munición” para la Comisión Europea

El estudio confirmó lo que muchos sospechaban y arrojó luz sobre lo que reconocieron como “la tubería rota -o que gotea-” del sistema, lo que en inglés se denominaría leaky pipeline. Esta metáfora sugiere que, aunque las mujeres tienen una representación similar o un poco inferior a los hombres en las primeras etapas de la carrera investigadora, esta proporción desciende considerablemente a medida que se avanza en la carrera científica.

Otro de los datos interesantes plasmados en el informe fue la comparativa entre los países de Europa Occidental y Europa del Este. “La parte Occidental contaba, en general, con una menor proporción de mujeres en investigación, en comparación con los países de Europa Oriental y Central que estaban en negociaciones para acceder a la UE”, señala Marcela Linkova, directora del Instituto de Sociología de la Academia Checa de Ciencias.

Más tarde, según cuenta la directora, una investigación demostró que el número de mujeres dedicándose a la investigación era más alta en países con menor inversión en Investigación y Desarrollo. “En definitiva, allí donde la financiación y las perspectivas de carrera eran menores, la proporción de mujeres era mayor”.

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En los países donde había más financiación en investigación, los sueldos solían ser más elevados y, casualmente, había un mayor número de hombres que se dedicaban a la carrera de investigación, mientras que en los países con menos inversión y que, por consecuencia, tenían sueldos más bajos, eran más las mujeres que decidían dedicarse a ello.

Con esta información, consiguieron que la Comisión Europea tuviese “munición” para entender las dimensiones del problema y poder actuar. “La cuestión de género llegó a los políticos para que fuesen conscientes de la importancia de incluir y mantener a las mujeres en la ciencia”, comenta Raudma.

Un cambio lento

Para Linkova, que empezó en el Grupo de Helsinki y ha seguido ligada a la elaboración de este estudio hasta el año 2021, en su última edición, la evolución es positiva, pero el cambio es lento.

Mientras que la proporción de personas que se gradúan en ciencias está igualada, con un 53% de mujeres, la cifra baja entre las científicas e ingenieras empleadas y roza el 41%. “También hay paridad entre los doctorados, aunque hay diferencias con respecto a las distintas disciplinas y las mujeres siguen infrarrepresentadas en carreras como Informática e Ingeniería”, apunta.

Existe diferencias también entre sectores, por ejemplo, las mujeres tienden a encontrar empleo en la enseñanza superior, donde representan algo más del 42%, mientras que están poco representadas en el sector de las empresas, con algo menos del 21%.

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“Además, las mujeres tienden a trabajar con contratos más precarios. La proporción entre los profesores titulares ha cambiado poco a lo largo de los años, ellas representan el 26% en la UE. Los hombres tienen el doble de posibilidades a la hora de ocupar estos puestos”, señala Linkova.

La investigadora de Estonia coincide con Linkova, el cambio es lento y aún queda mucho por hacer, pero sí se ha visto algún avance. "El Grupo Helsinki, y el primer informe que se realizó, fueron un buen punto de partida para abrir los ojos ante una realidad que se estaba dando en el mundo de la ciencia".

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