Un año más, la fiesta nacional de Cataluña se encamina a un choque de trenes entre el Estado español y el Gobierno catalán.
Con la reivindicación de la independencia en un segundo plano, la Diada o fiesta nacional de Cataluña ha querido preferido aprovechar este año el escenario mediático para pedir la liberación de los políticos catalanes aún encarcelados por organizar el referéndum del 1 de octubre.
El rostro del expresidente catalán Oriol Junqueras, en prisión provisional desde noviembre, fue uno de los carteles que presidieron la manifestación, una marea roja y amarilla que inundó las calles del centro de Barcelona.
Desde 2012, la celebración se ha convertido en multitudinarias manifestaciones de catalanes que reclaman la independencia de Cataluña.
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En esta ocasión, la celebración hizo aún más patente la división entre fuerzas secesionistas y favorables a la unidad de España -que no asistieron al acto- y las tensiones entre las autoridades catalanas y las españolas, un año después de que el Parlamento regional aprobase sendas leyes para el referéndum de "autodeterminación" del 1 de octubre de 2017 y la fundación de la "república catalana".
A la celebración institucional de la Diada en Barcelona asistieron el presidente del gobierno catalán, Quim Torra, y el del Parlamento autonómico, Roger Torrent, ambos independentistas; la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que denunció la "ausencia" de los encarcelados, así como parientes de varios de ellos.
El acto discurrió frente a la sede del gobierno catalán con una escenografía que simbolizaba un bosque quemado y entre gritos a favor de la independencia.
En la celebración se leyeron frases sobre la libertad escritas por los presos independentistas, se escucharon grabaciones de los que permanecen huidos en el extranjero, como el expresidente catalán Carles Puigdemont, con actuaciones musicales en torno al mismo tema.