Se calcula que 10 000 hectáreas de tierras agrícolas permanecen aún bajo el agua.
Tres semanas después de la destrucción de la presa ucraniana de Kajovka, la vida sigue siendo una miseria para los habitantes de la región de Jersón.
La tremenda catástrofe humanitaria y medioambiental se deja notar cada día para las miles de personas que, tras verse obligadas a abandonar sus hogares, han ido regresando al lugar, ahora mismo sin electricidad ni agua corriente.
"De momento, la ducha no funciona, y no hay electricidad", cuenta Lida, propietaria de una tienda de la ciudad. "Estamos calentando el agua y limpiándonos. ¿Qué más podemos hacer? No tenemos electricidad, y no la tendremos pronto, porque empezarán a repararla a partir de esta semana".
El enviado del Papa a Ucrania, Konrad Krajewski, ha comprobado por sí mismo la situación. El Vaticano ha abierto un comedor en la ciudad de Jersón, lo que ha supuesto un respiro para la población local.
"Lo que los bombardeos no destruyeron y lo que no saquearon los rusos, que también saquearon casas particulares, lo destruyó ahora el agua tras la destrucción de la presa", cuenta el cardenal.
Casi un mes después de lo ocurrido, tanto Ucrania como el bloque de Occidente siguen teniendo claro que se trató de un acto de sabotaje. Las autoridades de la zona calculan que unas 10 000 hectáreas de tierras agrícolas permanecen aún bajo el agua. Las consecuencias se dejarán notar durante décadas.