Más allá del espectáculo de color, música y del desenfrenado baile de los miles de integrantes de las escuelas de samba, el sambódromo ha sido este año el escenario para una dura crítica de la corrupción, la violencia y la crisis económica en Brasil.
El carnaval de Río de Janeiro ha sido este año mucho más que samba y desenfreno. Los desfiles en el sambódromo han aunado al color, el baile y la música, un buen toque de crítica social y política.
La escuela Beija-Flor, por ejemplo, convirtió una de sus carrozas en una favela con escenas de tiroteos, secuestros y hasta un cuerpo en un féretro con el mensaje: "otra esperanza perdida".
Para los cariocas, el carnaval es la ocasión de olvidar sus males cotidianos, pero este año la denuncia de la corrupción y el malestar se han impuesto como una necesidad.
Uno de los personajes más detestados ha sido el alcalde de Río de Janeiro, el evangélico Marcelo Crivella, que ha reducido a la mitad el presupuesto a las escuelas de samba, en las que participan miles de personas, porque considera el carnaval es pecaminoso.