El críquet no es un deporte muy popular en Alemania pero desde hace algún tiempo cobra importancia gracias a los refugiados. Solo en los últimos cuatro años se han creado 250 nuevos equipos. Berlín es escenario estos días de un festival de críquet.
“Para nosotros es un golpe de suerte. Buscamos siempre a gente que quiera jugar al críquet. Da igual cual sea su religión, su origen o su lengua. No hay problema. Queremos una gran mezcla de gente joven de diferentes países y culturas”, explica Brian Mantle, director general de la Federación alemana de Críquet.
Nuevos jugadores de Afganistán, Pakistán e India se unen a equipos de críquet cada día. A través del juego aprenden alemán y se integran. Khial es un joven afgano de 19 años. En su país, el críquet es el deporte nacional.
“El críquet me ha ayudado a conocer a otra gente aquí en Alemania, a saber cómo se vive y cómo se trabaja aquí. El críquet es un deporte en el que el respeto es muy importante. Sin respeto, no hay críquet”, afirma Khial.
80% de los jugadores son hoy refugiados. El responsable de la Federación alemana de Críquet asegura que los atletas locales también están ahora entusiasmados.
“El críquet es el segundo deporte del mundo pero aquí en Alemania la gente no lo sabe y queremos cambiar esto. Mi sueño es que un día Alemania pueda jugar en el campeonato mundial. El camino puede ser largo pero es posible”, asegura Mantle.
“Es impresionante ver a tantas personas de diferentes nacionalidades jugando juntas al críquet. Personas que viven conflictos religiosos y políticos. Pero cuando están haciendo deporte, se ponen todos de acuerdo.
Quizás el equipo de Alemania llegue un día a alcanzar un nivel internacional gracias a sus nuevas influencias”, dice Jessika Zyfuss, corresponsal de euronews.