Una persona cercana a Nik Cruz alertó a la policía de que tenía armas y quería utilizarlas para perpetrar una masacre en un centro escolar.
Dolor, emoción e incomprensión en los funerales de Alyssa Alhadeff y Meadow Pollack, dos de las diecisiete víctimas mortales del tiroteo que tuvo lugar el miércoles en un instituto de Parkland, en Florida. De catorce y dieciocho años respectivamente, los cadáveres de las dos chicas han sido despedidos en emotivas ceremonias religiosas.
Mientras tanto, crece la polémica sobre la actuación del FBI, que ha reconocido oficialmente que recibió un alerta sobre la peligrosidad y las intenciones del autor del tiroteo, un joven de 19 años llamado Nikolas Cruz y que fue detenido con vida. El director del FBI ha prometido investigar a fondo lo ocurrido para dirimir responsabilidades.
Lo cierto es que Cruz no tuvo ningún problema para materializar la amenaza que había colgado en internet. Compró legalmente un fusil semiautomático. Entró con él instituto en el que había estudiado y del que fue expulsado el año pasado. Activó la alarma antiincendios y comenzó a disparar contra todo lo que se movía. Tras perpetrar la masacre, como si nada hubiera pasado, se compró un refresco y se fue a un restaurante de comida rápida. Una vez más, la tragedia agita el debate sobre la facilidad con la que se pueden obtener armas en Estados Unidos.