El español gana su undécimo Roland Garros ante un combativo pero desesperado Thiem y se mantiene como número uno del mundo y dueño absoluto de la tierra.
Rafa Nadal se niega a bajarse del trono. Da igual que las nuevas generaciones estén pisando (y pegando) fuerte, que la edad que tiene suela pasar factura a otros colegas o que su rival de este domingo haya sido el único capaz de ganarle últimamente en polvo de ladrillo. Nadal no suelta la Copa de Mosqueteros. Es suya.
Por undécima vez, el todavía número uno del mundo se hizo con su trofeo favorito, Roland Garros, en una Philippe Chatrier que a pesar de ser todo lo contrario al césped es ya como el jardín de su casa. Nadal jamás ha perdido una final en este estadio, y algunos empiezan a pensar si algún día verán semejante rareza.
Bien podría haber sido este domingo porque, lo dicho, su rival no era un cualquiera. El joven Dominic Thiem es el único desde los buenos tiempos de Nole que le ha tomado la medida al español en esta superficie. Recientemente le ganó en Madrid y también lo hizo en Roma en 2017 y en Buenos Aires en 2016. Si alguien podía lograr lo imposible era el austriaco.
La veteranía es un grado
El inicio del primer set fue una mezcla de intercambio de roturas y errores no forzados. Los evidentes nervios pesaban en ambos, aunque igualmente se vieron puntos de muchísimo nivel, no en balde estamos antes los dos mejores jugadores del mundo en esta superficie. En el décimo juego, la experiencia se hizo notar. Thiem dudó en su servicio y Nadal hincó el diente. 6-4. El set había durado una hora. La Philippe Chatrier, encantada.
Demasiado incluso para Thiem
Fue verse por encima en el marcador y venirse arriba. Nadal desplegó en el segundo set su mejor repertorio en tierra: cruzados profundos, bolas a la línea, revés agresivo y muchas piernas. Thiem jugaba bien, por momentos muy bien, pero enfrente había un muro infranqueable, físico y mental. Los juegos eran igualados y hermosos y el público lo pasaba en grande. Pero caían del lado del español. Y es que uno se reponía de sus fallos y el otro, 12 errores no forzados, no tanto. Esa diferencia existente entre Nadal y el resto de los mortales fue una vez más el pequeño pero vital detalle. Nadal remontaba situaciones adversas, mientras Thiem se desmoronaba poco a poco. 6-3 en 53 minutos impresionantes. Visto para sentencia.
Todo un clásico
Zinedine Zidane, Roger Waters, Guga Kuerten y el resto de espectadores de la central no querían que semejante espectáculo acabara, pero Nadal tenía prisa por seguir haciendo historia y no quería que las amenazantes nubes lo evitaran. Rompió el servicio del austriaco en el tercer juego y eliminó cualquier opción de milagro. Ganó sus servicios, quebró una vez más y cerró el partido con un 6-2. Después, lo de siempre. Brazos en alto, himno español, lágrimas, mordisco a la copa. Clásicos de París que se resisten a desaparecer. El rey de Francia sigue en el trono y no hay príncipe que le quite la corona. Larga vida al rey.