El año pasado casi 5000 personas murieron o resultaron heridas por minas terrestres, muchas de ellas son niños. Los artefactos explosivos matan y causan graves heridas a personas durante los conflictos y mucho tiempo después de ellos.
Las minas antipersona siguen siendo armas de guerra y causando graves daños a personas y comunidades, a pesar de que han pasado más de dos décadas desde la adopción del histórico Tratado de Prohibición de Minas. Se ha publicado un informe del Monitor de Minas Terrestres, encargado por la Campaña Internacional para la Prohibición de las Minas Terrestres (ICBL), en el que se analiza el alcance de su uso y quiénes siguen utilizándolas.
El año pasado casi 5000 personas murieron o resultaron heridas por minas terrestres, muchas de ellas son niños. Los artefactos explosivos matan y causan graves heridas a personas durante los conflictos y mucho tiempo después de ellos.
Se colocan encima o debajo del suelo y explotan por la proximidad, o el contacto de una persona. Los niños juegan, o incluso trabajan en campos que pueden estar minados. Así, no es de extrañar que corran un alto riesgo.
El mayor número de víctimas se registró en Siria, Ucrania, Yemen y Myanmar (antigua Birmania).
Las minas antipersona suelen colocarse a mano, pero también pueden ser lanzadas desde aviones, cohetes... o vehículos especializados. Las minas terrestres sin explotar destruyen medios de subsistencia, impiden el uso de la tierra e interrumpen el acceso a servicios esenciales en más de 60 países y territorios.
Entre los países más afectados por las minas antipersona se encuentran: Afganistán Bosnia-Herzegovina, Camboya, Etiopía, Irak y Ucrania.
La Campaña Internacional para la Prohibición de las Minas Terrestres pide la adhesión universal al Tratado de Prohibición de Minas y su plena aplicación, incluida la destrucción y retirada de todas las minas terrestres antipersona.