Dolor, angustia y coraje: los primeros días de la invasión rusa de Ucrania vividos sobre el terreno

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Por Valérie GauriatEuronews en español
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Nuestra reportera Valérie Gauriat, en Kiev durante el comienzo de la invasión, recuerda a toda la gente valiente que conoció durante esos intensos días imposibles de olvidar.

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Esta edición de Witness está dedicada a las primeras dos semanas de la invasión rusa de Ucrania. La reportera de Euronews Valérie Gauriat viajó a las ciudades de Kiev, la capital, y Lviv, al oeste del país, recogiendo testimonios de los protagonistas de la tragedia que comenzaba en su país. Este es su relato en primera persona de los albores de la guerra, cuando los ucranianos se preparaban para lo peor.

La solitaria resistencia de la plaza de Maidán

Mientras estaba en la plaza de Maidán de Kiev el 24 de febrero de 2022, la gravedad de lo que acababa de ocurrir en el país se introdujo, tangible, bajo mi piel.

En el desierto epicentro de la capital ucraniana el aire era espeso, lleno de humo y tristeza.

Kiev, Mariúpol, Donetsk, Járkov, Odesa: las principales ciudades del país se despertaban con sonidos de explosiones después de que el presidente ruso Vladímir Putin lanzara la invasión de Ucrania.

Con banderas azules y amarillas en los hombros, un puñado de personas se había reunido en la plaza en señal de resistencia. "Si hace falta, tomaremos las armas para defender nuestro país, nuestra democracia. Queremos mostrarle al mundo que no estamos asustados", decía Artem, de 25 años.

"Nos quedaremos aquí hasta el último momento"

Un espíritu que encontraría durante las dos semanas que pasé en el país que acababa de entrar en guera. Un espíritu ensombrecido por las lágrimas y el dolor, ya que cada día traía noticias de destrucción y muerte. Como con Anabell, una joven bailarina, a punto de bajar al metro de Kiev, donde se refugiaba con sus padres, cada vez que el escalofriante chillido de las sirenas de alerta antiaérea rasgaba el silencio del centro de la ciudad. "Cada vez que salimos, estamos muy nerviosos, ¿habrá una bomba o un cohete? Intentamos que no cunda el pánico. Mis padres y yo nos quedaremos aquí hasta el último momento. Saldremos adelante".

Esperando el primer bombardeo

De regreso en el histórico hotel Ukrayina, me espera una extraña escena. El personal ha desaparecido, se ha pedido a los grupos de periodistas cargados de equipaje que abandonen el establecimiento antes del amanecer. Se extiende la noticia de un inminente ataque contra Kiev. Envío mis últimas imágenes a la redacción, y apenas tengo tiempo, antes del toque de queda de las 22 horas, de arrastrar mi equipaje con la ayuda de un colega turco, hasta otro hotel en el lado opuesto de la plaza Maidán.

Cae la noche en la ciudad desierta, que será otra vez despertada unas horas después por el grito de más sirenas y explosiones.

La búsqueda de comandos prorrusos

El sol ha ocupado el cielo, extraño recordatorio de que nos acercamos a la primavera, en la oscuridad de esta guerra. La tensión es palpable. Los sonidos de los disparos resuenan antes y ahora cerca del centro de la ciudad.

Las fuerzas policiales están bajo alerta de combate. Me llama la atención un grupo de coches de policía que rodean dos coches de civiles cerca de Maidán. Están registrando a vehículos y ocupantes en busca de armas. Han encontrado rifles automáticos sin registrar, tirados en el suelo. Uno de los agentes me dice que es el tercer hallazgo de este tipo en un solo día. Están buscando a los llamados "saboteadores" infiltrados en los grupos prorrusos que se sabe que han invadido la ciudad. Me piden que me aleje.

Refugiarse en el metro

Decido aventurarme en las entrañas del metro de Kiev.

El espectáculo me deja sin aliento, como una recreación en vivo de las imágenes de la Segunda Guerra Mundial. Decenas de personas, familias, cargadas con equipajes y bolsas de plástico llenas de lo que puedan llevarse, se apiñan en pequeños grupos, sentados sobre mantas y esterillas, apoyados contra las paredes de los pasillos del metro. Muchos han ido con sus mascotas.

La angustia y la ira cubren sus rostros cansados. "¿Qué clase de mente tiene el hombre que ha creado esta situación? No lo entiendo", se queja Darina, de 16 años, ante la mirada de su hermano de 10 años. "Es nuestro hogar, nuestra ciudad, nuestro país, y tenemos que irnos para salvar nuestras vidas. Es devastador", suspira su madre Katerina.

Tanto trabajo como para olvidarse de al guerra

Cuando salgo del metro, me detiene el nervioso personal de seguridad; se calman una vez comprobada mi documentación y me sacan de las puertas cerradas del metro.

Se ha anunciado un toque de queda total en la ciudad para los próximos dos días. Paso el tiempo con Denis y Dima, de 18 y 19 años, que trabajan sin descanso en la recepción de mi hotel. Me dicen que la mayor parte del personal se ha ido; ellos tienen que ocuparse de todo. Atienden a los huéspedes que entran y salen, ahora exclusivamente periodistas, con constantes peticiones.

La comida se está agotando, pues los circuitos de distribución están cortados. Entre los registros de entradas y salidas y las llamadas interminables, los chicos se apresuran a buscar las galletas que proporcionan las panaderías cerradas.

Sus caras están muy pálidas de puro cansancio, con ojeras. Se turnan para dormir no más de 2 o 3 horas por noche en los sofás del vestíbulo del hotel. "Alguien tiene que hacer que las cosas funcionen", dice Denis. "Trabajo tanto que a veces me olvido de la guerra", sonríe Dima, antes de salir corriendo a hacer otro recado. Sin embargo, la guerra le ha enseñado una cosa: "Antes no hacía nada, sólo veía películas y jugaba a los vídeojuegos. Ahora tengo objetivos", dice. Ambos jóvenes coinciden en una cosa: "no queremos tener que matar a nadie. Pero si tenemos que hacerlo, iremos a ayudar a nuestras tropas".

Reservistas, voluntarios, refugiados: "Vamos a ganar. Tenemos que ganar"

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Desde Kiev hasta la ciudad de Lviv, me ha impresionado el valor y la determinación de todos los que he conocido. Ya sean los cientos de voluntarios que prestan sin descanso ayuda humanitaria a los necesitados, los movilizados en la fuerza de defensa territorial para apoyar al ejército ucraniano, o las decenas de refugiados que se dirigen a un lugar seguro en los países vecinos, todos se mostraban firmes: Ucrania resurgirá de sus cenizas.

Como las palabras de Gala, a punto de subir a un autobús hacia Polonia, con voz temblorosa: "Nos vamos sin nada. Volveremos para construir un país mejor y más fuerte. Vamos a ganar. Tenemos que ganar".

Pero todas las personas que he conocido insistieron en que esto no puede ocurrir sin una actitud más determinante por parte de los países occidentales. Las palabras de Andriy, a quien conocí en una manifestación en la ciudad polaca de Cracovia, justo antes de dirigirme al aeropuerto, todavía resuenan en mi mente: "¡La OTAN debe cerrar el cielo! Pido a todos los pueblos del mundo: ¡no os quedéis callados! Digo a Biden, a Macron, a Johnson y todos los demás: si no paráis a Putin, tendréis las manos manchadas de la sangre del pueblo ucraniano".

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