La coreógrafa María La Ribot presenta en Bruselas 'Juana Ficción', un retrato del mundo interno de la monarca en clave poética para una mirada alejada del estigma de la locura.
De los nombres femeninos invisibilizados por la historia, el de Juana I de Castilla es de los más evidentes por el manto negro que se tragó a la monarca hasta que de ella solo quedase el apelativo de loca.
La desaparición de la luz es precisamente una de las metáforas principales en 'Juana Ficción', la obra que sirve a la bailarina y coreógrafa María La Ribot para cerrar un ciclo de más de 30 años de trabajo en paralelo a la figura de este personaje histórico después del estreno en 1991 de 'El triste que nunca os vido' (1992), y que esta semana ha presentado en Bélgica en el marco del festival Europalia. El culmen de un ejercicio de justicia poética con una lectura completamente contemporánea.
"Es Juana ficción porque dentro de la historia siempre hay una ficción que se inventa y queremos quitar ese estigma", explica la coreógrafa a 'Euronews' antes del ensayo. "El romanticismo siempre la ha colocado en ese lugar, pero se puede hacer la pregunta de si fue verdad o el resultado de un complot llevado a cabo por los hombres más importantes de su vida, que eran su marido, su padre y su hijo", incide La Ribot. Al día siguiente presentó la obra en el Palacio de las Bellas Artes Bozar de Bruselas, arropada por un público tan solemne como la atmósfera ceremonial del espectáculo.
La privación de la identidad
La reina que no pudo superar las infidelidades ni el fallecimiento de su marido, Felipe 'el Hermoso', fue recluida durante 46 años en un convento en Tordesillas. La angustia derivada de ese proceso de privación, de negación y transformación obligada de la identidad, se transmite en cada movimiento de La Ribot.
Mientras ella recorre la sala, la orquesta dirigida por Asier Puga impulsa, junto al ensemble de solistas Grupo Enigma y al coro polifónico Schola Cantorum Paradisi Portae, el caos que también ilustra el diseño de vestuario de Elvira Grau, basado en la pintura El jardín de las delicias, de El Bosco.
La música de la obra está basada en el cancionero que regalaron a Juana y Felipe cuando se casaron y mezcla influencias de las tradiciones sonoras españolas y flamencas en el siglo XVI hasta que la performance avanza hacia el culmen del estado mental de Juana con la música electrónica de Álvaro Martín.
La convivencia artística de ambas épocas ayuda a la experiencia aurática y evidencia una realidad cruel, la violencia que experimentó Juana I de Castilla sigue muy presente. Como explicaba La Ribot a 'Euronews' durante la entrevista, "El centro de la obra es Juana, pero también es hablar del poder del estado, del terror; lo vemos ahora en Gaza, como el poder del estado de Israel masacra y hace un genocidio a la vista de todos".
El personaje enmascarado que encarna el actor Juan Loriente, con quien La Ribot también trabajó en 'El triste que nunca os vido' (1992), sirve de contrapunto entre el público —casi un elemento más del atrezo—, y la Juana encarnada por La Ribot y conecta ambos con cierta violencia. Se trata de una combinación de elementos que ayuda al espectador a estar presente en el momento, pero también a ser consciente de una realidad aterradora: siempre habrá personajes (mujeres) adelantados a su época, aplastados por lo hegemónico.
"La luz es fundamental en esta obra porque se apaga progresivamente junto a la vida de Juana; se trata, en el fondo, de la desaparición de la vida", explica la artista. Se refiere al hecho de que cada pase de esta performance se lleva a cabo siempre de forma milimétrica, los 45 minutos antes de la caída del sol, para que la oscuridad real se imponga justo cuando Juana desaparece bajo un manto de objetos y pintura negra.
En el caso de la representación en Bruselas, no han tenido más remedio que colocar un foco de luz artificial que imite la puesta de sol real porque esta "era a las tres de la tarde y esa hora íbamos a tener menos público", confiesa la coreógrafa. Con sol artificial o natural, el resultado sigue siendo sobrecogedor, con el público acercándose al cuerpo inmóvil de Juana-La Ribot, ahogado en la soledad.
"Mis trabajos siempre son transformadores, por eso los hago", explica la artista. De su interés prolongado en el tiempo por la vida de Juana I de Castilla deriva la pregunta de si ella también ha encontrado obstáculos en su carrera. "Siempre tienes muchos obstáculos, pero no sé si son de la propia profesión o son obstáculos machistas o patriarcalistas o si tienen más que ver con la época; he trabajado mucho desnuda, por lo que he tenido censuras. Hay países que no puedo pisar", declara.
Reconoce que este es uno de sus trabajos performáticos menos coloristas —si se entiende colorista por el contraste de colores vivos—, en el que también se dibuja el horizonte, muy lejano, de una carrera en la danza contemporánea con el título permanente de pionera.
En 2027, el museo Reina Sofía expondrá una retrospectiva titulada 'Resolución', que recogerá obras distinguidas de La Ribot desde 1993 hasta 2024. "Así que se trata de un final para mí, como indica el título; pero en el fondo todos los finales son el principio de otra cosa", incide la artista. Eso significa que queda mucho por ver de la hibridación revolucionaria de géneros, el juego, el grito a contracorriente de una artista siempre adelantada.