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Tipos de interés e inflación, el delicado equilibrio con el que operan los bancos centrales

El Banco Central Europeo es uno de los últimos bancos en subir sus tipos de interés de referencia
El Banco Central Europeo es uno de los últimos bancos en subir sus tipos de interés de referencia Derechos de autor Michael Probst/Copyright 2019 The Associated Press. All rights reserved
Derechos de autor Michael Probst/Copyright 2019 The Associated Press. All rights reserved
Por Jorge LiboreiroEuronews en español
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La decisión del BCE y otras instituciones de elevar los tipos de interés es un arma de doble filo que puede aliviar la crisis o hacerla más profunda.

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Seguro que ya se ha dado cuenta de ello: todo está subiendo. La electricidad, la gasolina, las verduras, los hoteles, los vuelos... Pues bien, a todo esto hay que añadir algo igual o probablemente más importante: los tipos de interés.

La guerra en Ucrania, los intermitentes cierres y confinamientos en China, la persistente escasez de energía o la interrupción de las cadenas de producción coinciden estos días con un enorme apetito por los bienes y servicios, lo que altera el siempre delicado equilibrio que existe entre la oferta y la demanda. Eso lleva inevitablemente a los precios a máximos históricos.

De forma casi sincronizada, los bancos centrales de todo el mundo se apresuran a subir sus tipos de interés clave, en un intento de frenar una creciente inflación que sigue batiendo récords mensuales.

El Banco Central Europeo ha sido una de las últimas instituciones en cambiar su política monetaria, cerrando un largo capítulo de tipos negativos que se remonta a los peores años de la crisis de la deuda soberana de la Unión Europea.

Sus homólogos del Reino Unido, Suecia, Noruega, Canadá, Corea del Sur y Australia han tomado medidas similares en los últimos meses, como reacción a las desalentadoras cifras de inflación. La Reserva Federal de Estados Unidos subió por su parte los tipos en 0,75 puntos porcentuales, lo que supone el mayor aumento desde 1994. Pero, ¿cuál es el motivo exacto de estas decisiones?

Los bancos centrales son instituciones públicas de naturaleza única: son entidades independientes y no comerciales encargadas de gestionar la moneda de un país o, en el caso del BCE, de un grupo de países. Así, tienen poderes exclusivos para emitir billetes y monedas, controlar las reservas de divisas, actuar como prestamistas de emergencia y garantizar la buena salud del sistema financiero.

Por supuesto, la misión principal de un banco central es garantizar la estabilidad de los precios. Esto significa que tienen que controlar tanto la inflación —cuando los precios suben— como la deflación —cuando bajan—.

La deflación deprime la economía y alimenta el desempleo, por lo que ante ella todos los bancos centrales fijan un objetivo de inflación moderada y positiva —generalmente en torno al dos por ciento— para fomentar con ello un crecimiento gradual y constante. Ahora bien, cuando la inflación empieza a dispararse, comienzan los problemas para el banco central. 

Una inflación excesiva puede acabar rápidamente con lo cosechado en años de prosperidad, erosionar el valor de los ahorros privados y devorar los beneficios de las empresas privadas. De pronto las facturas se encarecen para todos, y tanto los consumidores como las empresas y los Gobiernos se ven obligados a luchar para llegar a fin de mes.

"La alta inflación es un gran reto para todos nosotros", reconocía estos días la presidenta del BCE, Christine Lagarde. Es en momentos como este cuando la política monetaria entra en juego.

Un banco de banqueros

Los bancos comerciales, aquellos a los que acudimos cuando necesitamos abrir una cuenta o pedir un préstamo, piden dinero prestado directamente al banco central para cubrir sus necesidades financieras más inmediatas. Pero para ello tienen que presentar un activo valioso —conocido como garantía— que garantice que devolverán ese dinero. Los bonos públicos, es decir, la deuda emitida por los Gobiernos, son una de las formas más frecuentes de garantía.

En resumen, el banco central presta dinero a los bancos comerciales, y a su vez estos prestan dinero a los hogares y a las empresas.

Cuando un banco comercial devuelve lo que ha tomado prestado del banco central, tiene que pagar un tipo de interés. El banco central tiene la facultad de fijar sus propios tipos de interés, lo que de hecho determina el precio del dinero. Pues bien, estos son los tipos de referencia que los bancos centrales están subiendo actualmente para controlar la inflación.

Porque si el banco central cobra tipos más altos a los bancos comerciales, éstos, a su vez, aumentan los tipos que ofrecen a los hogares y empresas que necesitan pedir préstamos. Como resultado, las deudas personales, los préstamos para automóviles, las tarjetas de crédito o las hipotecas son más caras, y la gente se vuelve más reacia a solicitarlos. Las empresas, que habitualmente piden créditos para realizar inversiones, empiezan a pensárselo dos veces antes de dar el paso.

En definitiva, el endurecimiento de las condiciones financieras conduce inevitablemente a una caída del gasto de los consumidores en la mayoría o en todos los sectores económicos. Y cuando la demanda de bienes y servicios disminuye, su precio tiende a bajar. Y esto es exactamente lo que los bancos centrales pretenden hacer ahora: frenar el gasto para frenar la inflación.

Pero lo cierto es que los efectos de la política monetaria pueden tardar hasta dos años en materializarse, por lo que es poco probable que ofrezcan una solución instantánea a los problemas más acuciantes. Para complicar las cosas, la energía es hoy el principal motor de la inflación, fuertemente impulsada por un factor ajeno a la economía: la invasión rusa de Ucrania.

La gasolina y la electricidad son productos básicos que todo el mundo utiliza independientemente de lo que cuesten, por lo que es difícil esperar un rápido descenso de la demanda que consiga enfriar los precios.

Esto explica por qué los bancos centrales, como la Reserva Federal de Estados Unidos, están tomando medidas tan radicales, aunque acaben perjudicando a la economía. En verdad, la política monetaria agresiva es un paseo por la cuerda floja, porque encarecer el dinero puede frenar el crecimiento, debilitar los salarios y fomentar el desempleo. Jerome Powell, presidente de la Fed, trata de ser tajante al respecto: "No estamos tratando de inducir una recesión. Que quede claro".

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