Venezuela se asienta sobre un mar de petróleo, pero el maná que alimentó los mejores días del chavismo está acentuando ahora su franco declive.
Venezuela se asienta sobre un mar de petróleo en el que se ahoga su otrora boyante economía. La pésima calidad del crudo, la vetustez de las infraestructuras petroleras, la corrupción y las sanciones estadounidenses merman día tras día los ingresos de una industria que aporta más del 90% del presupuesto estatal.
La producción está en caída libre desde que Maduro accedió al poder en el año 2013: entonces se extraía una media de 2,5 millones de barriles diarios. En 2018, esa media bajó a un 1,5 millones y todo indica que seguirá cayendo mientras sigan en pie las sanciones de Estados Unidos, uno de los pocos países con refinerías capaces de procesar el crudo venezolano. Con salarios de unos 20 dólares al mes, miles de técnicos y expertos han abandonado el sector.
Iván Freites, secretario de la Federación Unitaria de Trabajadores Petroleros de Venezuela, considera que la situación es dramática:
"Del 2014 al 2016 renunciaron 5.500 compañeros de la industria petrolera, y a partir de agosto de 2016 ese número fue creciendo de tal manera que ahora, en este momento, en las áreas petroleras del país apenas queda un 8% de personal capacitado", lamenta.
A día de hoy, casi la mitad de la producción de crudo de Venezuela no tiene comprador y el resto, prácticamente, no genera ingresos, pues es parte del pago de la deuda contraída con países como Rusia o China. En este contexto a nadie extraña que la gasolina escasee en el país con las mayores reservas petroleras del mundo. La dependencia del petróleo, un maná que alimentó los mejores días del Chavismo, está acentuando su franco declive.