Dormir al raso en un parque en Colombia, el día a día de los migrantes venezolanos. Su nombre es Richard, pero le llaman "Tarzán" porque duerme en lo alto de un mango. Ella es Jennifer y está embarazada. Johan se gana la vida repartiendo café. Hoy cumple 22 años
Una noche sintió miedo y trepó a la copa de un mango. Desde entonces, Richard Álvarez o "Tarzán", como le llaman sus compañeros, duerme en este árbol, en una hamaca atada a dos ramas y con repisas improvisadas para colocar sus escass pertenencias.
Pese a todo, él se considera un afortunado, en comparación con los otros migrantes venezolanos que pasan la noche al raso en este parque de Bucaramanga, en Colombia.
"No estoy bien porque duermo en la calle. Aunque duermo en un árbol. Más seguro que en el piso, donde duermen muchos venezolanos que estamos acá: niños, mujeres embarazadas... que duermen en la calle", explica.
Richard trabajaba como carnicero en Venezuela. Hace dos años, salió del país huyendo de la crisis. Pero reciclar cartones no da para pagar una habitación y aún menos para mantener a su mujer y a sus tres hijos, que han preferido regresar a casa.
Se calcula que un millón seiscientos mil venezolanos se encuentran en estos momentos Colombia. De ellos, un gran porcentaje vive en la calle, según Cruz Roja.
Jennifer, embarazada y durmiendo en el parque
Jennifer tiene 33 años y está embarazada de seis meses. Ha ahorrado para comprar un puesto de venta ambulante, pero lo poco que gana lo envía a los cuatro hijos que ha dejado en Venezuela. También tiene que alimentar a otra hija, de 16 años, que duerme junto a ella en el parque y también está embarazada.
"No es fácil dormir en el piso -afirma-. Todo el mundo sabe que eso, a una persona embarazada, le afecta al bebé. Pero aquí estamos, luchando".
Cae la noche y los migrantes venezolanos se van acomodando como pueden para dormir. Mientras unos descansan, otros vigilan las pertenencias. Los parque de Bucaramanga, en el estado de Santander, se han convertido en un gran dormitorio a cielo abierto.
Johan, lágrimas de cumpleaños lejos de su familia
Johan no vive en un parque pero trabaja en varios. Desde muy temprano, vende café a sus compatriotas. Llegó en diciembre con la familia de su mejor amigo para "luchar, trabajar y ayudar a los suyos", dice. Parece muy joven, apenas un niño, aunque hoy cumple 22 años. Su mejor regalo ha sido poder hablar por teléfono con su madre.
"Me siento un poco triste de que mi familia no pudiera estar aquí y eso. Cada año, en mi cumpleaños, yo comparto con ellos", cuenta con los ojos llorosos.
Se lamenta de no haber podido comer la torta de cumpleaños con los suyos, pero los voluntarios de Cruz Roja han conseguido que este momento sea un poco más dulce. Junto a ellos ha soplado las velas repartidas en varios pasteles y los abrazos de unos y otros le han hecho sonreir.