Vuelta a España: Carapaz e Izagirre sonríen en el calvario invernal de Formigal

Llegada épica de Izaguirre a Formigal
Llegada épica de Izaguirre a Formigal Derechos de autor Fernando Mahía Vilas
Por Fernando Mahía Vilas
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No fue la nieve, como se temía, sino el Gobierno francés y la pandemia de COVID-19 quienes impidieron el ascenso al Tourmalet. Pero no por ello la etapa fue menos dura.

Llevaba tiempo marcada en el calendario la sexta etapa de la Vuelta a España 2020, que ponía ayer fin a la primera de las tres semanas de la carrera. Se esperaban acontecimientos, y así fue. Para empezar, el recorrido planeado por los Pirineos franceses tuvo que ser cancelado unos días atrás, sustituyéndose por otro de 147 kilómetros a través del norte de Huesca, con final en Formigal. Asomó tras éste un nuevo líder de la Vuelta, el ecuatoriano Richard Carapaz. Y mudaron sobre todo las caras de la mayoría de corredores, que mostraban en su rostro el calvario de frío y lluvia invernal que pasaron en las montañas oscenses.

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Portalet, Aubisque y Tourmalet. Ésa era la traca de tres puertos franceses que la organización de la carrera tenía preparada para la etapa de alta montaña de ayer, que se antojaba decisiva. Se temió durante días que la nieve pudiese impedir el paso por ellos, pero al final fue el gobierno francés quien lo hizo. Por la situación epidemiológica, el Elíseo dejó sin sus montañas a la Vuelta a España, igual que se había hecho con el Giro de Italia unos días antes. Y el plan B de la ronda española fue quedarse a rodar por el Alto Aragón.

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Condiciones dantescas para una carrera ciclista en FormigalFernando Mahía Vilas

Y aunque no hubo nieve en Huesca, el clima jugó un factor decisivo. Ya a primera hora de la mañana del domingo, los camiones de los equipos de la Vuelta se escapaban de la provincia aragonesa y cruzaban Navarra, rumbo a la ciudad donde hoy la carrera vive su primera jornada de descanso: Vitoria-Gasteiz. Atravesaba el convoy los bosques verdes, rojos, amarillos, y lo hacían como fugándose de lo que iba a ocurrir en los Pirineos.

Allá arriba, en la estación de esquí de Formigal, a 1790 metros de altitud, el clima preparaba una trampa para los ciclistas. Sobre la una del mediodía, los corredores comenzaban la salida de una etapa que en ese momento solo era fría, pero a la que le llegaría luego la lluvia, el viento. Y cuatro horas después, cuando llegaban con cuentagotas al alto pirenaico, los 6 grados, el agua y la noche hacían que todo el mundo se quisiese escapar de allí lo antes posible. Pocos lo hacían con una sonrisa.

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Las restricciones por la COVID-19 y el tiempo no animaban al público a subir a FormigalFernando Mahía Vilas

A cuántos no les hubiese gustado escapar de allí como hacían los camiones de sus equipos. 

Las condiciones, más propias del invierno que de una Vuelta a España habituada a celebrarse en septiembre, solo le vinieron bien a un selecto grupo formado por Richard Carapaz, Hugh Carthy y los hermanos Izagirre. Quizás porque, de una manera u otra, todos ellos están acostumbrados a lidiar con ellas.

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La carrera antes de encarar FormigalFernando Mahía Vilas

Ion, el menor de los de Ormaiztegi (Gipuzkoa), fue el primero en cruzar la meta de Formigal. Pocos lo vieron llegar, al menos en vivo. La asistencia de público estaba prohibida y parte de la afición o del personal que rodea la Vuelta prefirió quedarse a refugio de carpas o salas de prensa. Observaron pues por pantallas cómo Ion Izagirre se convirtió en uno de esos elegidos que ha ganado etapas en las tres grandes vueltas del ciclismo mundial: Vuelta a España, Giro de Italia y Tour de Francia.

Curtidos ambos en el clima del Goierri, fue Gorka, el mayor, el encargado de hacer el desgaste previo en la fuga del día. En una de esas bajadas que les gustan, de asfalto mojado, apretó las tuercas de los que allí iban junto con ellos. Y luego, en la subida al alto de la estación de esquí de Formigal, Ion se aprovechó del trabajo de su hermano. Atacó a falta de tres kilómetros y etapa para él. Exhibición de los Izagirre del Astana.

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El equipo Astaná en la gloria tras la victoria de etapaFernando Mahía Vilas

Por detrás, el esloveno Primoz Roglic llegaba a la primera etapa de pura montaña dispuesto a no perder el liderato, con todo su cuerpo abrigado del frío. Pero Richard Carapaz, que ya lo había tumbado el año pasado en el Giro de Italia en otro día del estilo, se lo arrebató. Y es que de dónde es él, de Tulca, en Ecuador, a más de 2.000 metros de altura, quizás no llueva tanto en Ormaiztegui, pero casi. Y sintiéndose como en casa, con mejores piernas que Roglic, el ecuatoriano del Ineos se colocó líder tras la primera semana, refrendando el título de favorito que muchos le otorgan.

Del grupo de los que pelean por la clasificación general solo pareció estar más fuerte que Carapaz un chico llamado Hugh Carthy, que es de Inglaterra y además ha vivido durante años en Pamplona, con todas las precipitaciones que ello conlleva.

Así, salvo ellos, el resto de ciclistas llegó con cara de pocos amigos a Formigal. Unos por perder tiempo respecto al nuevo líder. Otros por no haberle arrebatado la etapa al pequeño de los de Ormaiztegui. Y todos, en general, por pasar cuatro horas sobre una bici en un día de perros.

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Los irreductibles que se animaron a seguir la carreraFernando Mahía Vilas

Poca gente los vio escalar al alto aragonés, al menos en vivo. La asistencia de público estaba prohibida en los últimos seis kilómetros de la subida. Además, parte del personal que rodea la Vuelta prefirió quedarse a refugio de carpas o salas de prensa, viendo el final por televisión, pese a estar a tan solo unos metros. El día invitaba a buscar refugio, y los que se lo podían permitir no dudaron en aprovecharlo.

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Condiciones duras para todo el mundo. El descanso del lunes, será bien recibido.Fernando Mahía Vilas
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Jaleando al pelotónFernando Mahía Vilas

Los hubo que no tuvieron más remedio que capear el temporal: fotógrafos, policías, jueces, miembros de los equipos y trabajadores de la organización. Entre ellos, las caras de frío, los impermeables empapados y las cámaras envueltas en plástico fueron la norma. Algunos contaban que después de horas en moto y sacando fotos ya no sentían los pies. Otros, que se pasaron horas organizando el aparcamiento de la estación, aguantaron de forma estoica hasta bien pasadas las siete de la tarde, cuando la estación se comenzó a vaciar finalmente. Y cuando ya casi no quedaba nadie por aquellos lares, los operarios quitaban, en plena noche y como podían, las vallas publicitarias de los seis kilómetros de subida a Formigal.

Siguió lloviendo en el alto oscense durante horas. Y todos, corredores y los que no lo son, seguro agradecen al primer día de descanso de la Vuelta 2020, hoy mismo, en el que intentarán reponer fuerzas tras la jornada pirenaica. Eso sí; ayer, una vez se había acabado todo, se escuchaba una despedida hasta el martes que sonaba a aviso para lo que está por llegar: “Y aún queda Asturias”. Y Galicia. Y la Sierra de Béjar.

Llegarán más sorpresas en esta Vuelta del Covid-19, que cambia el calorcillo de septiembre por los síntomas invernales. Y si en una etapa en la que se le temía a la nieve hubo de todo salvo nevadas, qué podrá pasar en las dos semanas que quedan por delante.

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