Las urbanizaciones "fantasma", otro legado de la debacle irlandesa

Las urbanizaciones "fantasma", otro legado de la debacle irlandesa
Por Euronews
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Tracey Goulding recuerda cuando ella y su marido compraron la casa de sus sueños en Dublín hace solo cuatro años.

“No sé lo que fue. Simplemente me enamoré de ella por la casa piloto, la zona en la que estaba. Era maravillosa. Había un parque infantil bajando la calle. Iba a ser un gran lugar en el que vivir. Íbamos a tener centros comerciales, bibliotecas, bares y restaurantes, todo. Obviamente, no llegaron a materializarse. A mí me sigue encantando mi casa, pero no sé. Pienso que, por desgracia, puede que tenga que renunciar a ella”.

Renunciar a la casa de sus sueños. Una salida que los Goulding y cada vez más propietarios irlandeses deben considerar.

Porque la vivienda que compraron durante los años de bonanza del tigre celta vale ahora la mitad de su precio original. En 2006 pagaron por ella 460.000 euros. Hoy se sentirían afortunados vendiéndola por 280.000. Son víctimas de la reducción del valor patrimonial.

“No lo podías ver venir”, asegura Michael. Incluso cuando estábamos comprando esta casa, el banco quería darnos más dinero del que pedíamos. Cuñas radiofónicas de instituciones públicas decían que todavía era un buen momento para comprar, ponerse a ello y comprar tu casa. Incluso cuando ya había algunas dudas, el Gobierno decía no, inviertan en propiedades, no hay ningún problema en el mercado, ningún problema con los bancos. Así que nos sentimos seguros. Yo trabajaba, tenía un buen salario. Tracey trabajaba, su sueldo pagaba la hipoteca y las facturas. Teníamos dinero para vivir.

Pero luego, con el paso del tiempo, el dinero casi no alcanzaba, perdí mi empleo. Y comenzaron las estrecheces.

Michael y Tracey compraron su casa en una flamante urbanización llamada Belmayne Park, al norte de Dublín.

Pero la burbuja celta explotó. Promotores y bancos se quedaron sin dinero. Los servicios prometidos nunca llegaron a ofrecerse. Una tercera parte de las casas permanecen vacías.

Michael, electricista, perdió su trabajo hace dos años, al comienzo de la crisis. Hoy gana 54 euros por semana. Su hipoteca es de 1600 al mes. Y han recortado el sueldo a su esposa. Tienen dos niños.

Para Michael la situación es surrealista, como la propia urbanización a medio terminar en la que viven.

“No sé, somos felices donde vivimos, aunque la reducción patrimonial pende sobre nuestras cabezas”, reconoce Michael. “Si alguna vez decidimos mudarnos, probablemente no podríamos vender la casa por cómo han dejado la urbanización, que no tiene la calidad prometida. Pero lo que han acabado es precioso. En verano tienes el parque infantil. A los niños les encanta vivir aquí, así que no es tan malo, pero supongo que si alguna vez queremos vender, será muy difícil hacerlo por el entorno en el que está”.

En Irlanda, a Belmayne y otros proyectos urbanísticos similares se los conoce como “urbanizaciones fantasma”.

Hoy se calcula que 300.000 casas o apartamentos se encuentran vacíos. El triste legado de un boom inmobiliario en el que Gobierno, bancos y promotores trabajaron mano a mano para cambiar el paisaje de este pequeño país de cuatro millones y medio de habitantes. Un cambio para algunos irrefrenable por el que ahora los irlandeses tendrán que pagar un alto precio.

Esto es Charlestown, otra urbanización fantasma cerca del aeropuerto de Dublín. En algunos apartamentos vive gente, otros están vacíos, y los hay que ni siquiera están terminados.

Ken O’Connor es albañil, trabajó aquí en 2007 y 2008.

“Esas grúas llevan dos años aquí”, señala O’Connor. “No hay señales de que vaya a cambiar nada”.

O’Connor dice que el plan de rescate de la Unión Europea y el FMI de 85.000 millones de euros para salvar a los bancos irlandeses es una vergüenza. Especialmente para la gente como él, en paro desde hace más de dos años.

“Es completamente inviable. Todo lo que están haciendo ahora es pedir prestado más dinero para pagar por el dinero que ya había sido tomado prestado. No soy economista, pero sé sumar dos y dos, que es más de lo que nuestro ministro de economía parece ser capaz de hacer. Desde que empezó la crisis no ha acertado ni en una cifra. Nos dijo que este sería el plan de rescate bancario más barato de la historia de la humanidad, ahora es el más caro, y casi acaba con el proyecto europeo”.

Los temores de estar tirando abajo el proyecto europeo, o, más concretamente, el euro, son los que han originado este plan de rescate. Un salvamento al seis por ciento de interés asociado a unos presupuestos Generales del Estado para 2011 que recortan el gasto público y suben los impuestos.

Muchos lo consideran un suicidio económico, un plan para mantener al tigre celta de rodillas durante mucho tiempo.

El economista Brian Lucey afirma que con los bancos y el Gobierno fuera de juego no quedaban muchas alternativas. Y eso que no tiene demasiada fe en el plan de rescate.

“El problema que tenemos es el de los bancos más el del Gobierno. Tenemos un problema fiscal del Gobierno. Gastamos aproximadamente 50 mil millones de euros y se recaudan 31.000 millones en impuestos. Resulta insostenible. El otro problema, por supuesto, lo constituyen los bancos. Sufrimos el mayor colapso bancario de la historia, y las pérdidas de los bancos fueron socializadas por el Gobierno en 2008. Estas dos cuestiones juntas son inasumibles por el Estado. Una sola hubiera estado bien. Las dos juntas sencillamente no son factibles”.

Mientras el Gobierno se ha hecho con muchos préstamos bancarios tóxicos de centros comerciales y urbanizaciones, este promotor inmobiliario se ha comprometido acabar lo que empezó.

Johnny Owen construyó un complejo de 45 casas en Mullingar, a una hora de coche de Dublín.

Las obras finalizaron en mayo de 2008, justo antes del estallido de la crisis. A pesar de haber vendido solo cuatro casas, conservó el negocio sin ninguna ayuda de los bancos.

Desde enero ha conseguido vender más de 16. ¿El secreto? Pedir por ellas la mitad de su precio original de 290.000 euros.

La deuda personal de Owen asciende a millones.

“Parece que ahora todo el mundo trabaja perdiendo dinero. Tengo mucho miedo a que muchas más empresas se vayan al traste en los próximos seis u ocho meses, probablemente también la mía”.

Las compañías echan el cerrojo. Un catorce por ciento de desempleo. Para Owen, como para otros muchos irlandeses, es injusto que los responsables de la quiebra irlandesa nunca hayan tenido que rendir cuentas por sacrificar a toda una generación.

“¿Por qué los banqueros que crearon esta situación no están hoy en la cárcel? ¿Qué es lo que falla? ¿Por qué los reguladores no están en la cárcel? Esos tipos nos han destruido. Después de arrebatarnos nuestra forma de ganar el sustento y la de la gente que trabajaba para nosotros, y de enterrar a todas las futuras generaciones probablemente tres o cuatro generaciones bajo una enorme deuda. Tendremos que trabajar muy duro durante mucho mucho tiempo por muy poco dinero”.

Trabajar duro por poco dinero y no poder pagar la hipoteca, mientras se rescata a los bancos.

Muchos miembros de la generación sacrificada ven pocas salidas. Una de ellas, que el último apague la luz.

“En un par de semanas tendremos un seminario para emigrar a Australia”, cuenta Michael Goulding. “Al parecer, todavía hay trabajo allí para electricistas, que es lo que yo soy. Me mataría marcharme, pero sería especialmente duro para Tracey. Ella no quiere. Yo lo haría únicamente para volver a ganar dinero y poder mantener a mi familia. Es terrible. Realmente machaca tu autoestima, tu confianza en ti mismo no tener ninguna oportunidad de mantener a tu familia. Y si se da el caso, emigraré. No dudaría mucho, le devolvería las llaves al banco y le pediría que vendiera la casa”.

Se calcula que a finales de diciembre uno de cada siete propietarios irlandeses no podrá pagar su hipoteca.

También se prevé que unos cien mil irlandeses emigrarán durante el próximo año.

Para muchos, otra señal de que el paisaje económico de Irlanda, como el de la Europa a la que pertenece, continuará cambiando en los tiempos venideros.

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