Un improvisado hospital local al noreste de Siria cuida de cientos de niños enfermos cuyas madres son esposas de militantes muertos del autodenominado Estado Islámico.
El personal médico del hospital de al-Hasaka, al noreste de Siria no da a basto. Hasta aquí llegan muchos niños, en su mayoría bebés con problemas de desnutrición, de crecimiento y con severas fracturas. Sus madres son esposas de militantes muertos del Daésh. Muchos de estos niños que viven en el campamento de Al Hol, en el que hay más de 70.000 desplazados, proceden de Baguz, el que fuera el último bastión del autoproclamado Estado Islámico en Siria. El camino que han de recorrer hasta el hospital es de dos horas, y no está exento de riesgos. Según la ONG Comité Internacional de Rescate, más de 200 personas han muerto cuando intentaban alcanzarlo.
"Tenemos dos salas para malnutrición. En cada una hay 32 niños", cuenta una enfermera. Cuando vienen, todos ellos desde el campamento, les hacemos algunos chequeos de peso, temperatura y análisis de sangre".
Los intensos bombardeos y combates costaron innumerables vidas e hirieron a muchas más personas, incluidas las esposas de los combatientes, los partidarios del Dáesh y sus hijos, que ahora son quienes pagan el precio de las acciones de los mayores.
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