Estos geroglifos, que se encuentran en el desierto que comparte las zonas de Palpa y Nazca en Perú, han despertado la fascinación de miles de viajeros y experos que buscan hallar en el rasguño de la tierra, indicios de los rituales de los grupos originarios.
Criaturas mágicas, animales o plantas: estas son las figuras que fueron trazadas hace más de 1500 años en el desierto que comparte las zonas de Palpa y Nazca, en Perú.
Bautizadas como las líneas de Nazca, esta herencia cultural cumple 25 años de haber sido declarada Patrimonio de la Humanidad por las Naciones Unidas.
Estos geoglifos han despertado la fascinación de miles de viajeros y expertos, que buscan hallar en el rasguño de la tierra, indicios de los rituales de los grupos originarios.
La arqueóloga y matemática alemana María Reiche dedicó su vida al estudio de las líneas y a su protección hasta el día de su muerte, en 1998.
A través de los años, la llanura desértica ha sufrido todo tipo de amenazas: desde carreras de coches hasta intentos de instalar allí aeropuertos. Reiche, quién nunca más regresó a Alemania, defendió estas líneas hasta convencer a la ONU de protegerlas como patrimonio inmaterial en 1994.