Jago y el arte como arma revolucionaria para cambiar el mundo

Jago junto a varios visitantes en la Iglesia-taller donde expone su obra
Jago junto a varios visitantes en la Iglesia-taller donde expone su obra Derechos de autor Euronews
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Por Luca Palamara & Euronews en español
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Jago y el arte como arma revolucionaria para cambiar el mundo

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El arte como arma revolucionaria. Es la visión del escultor italiano Jacopo Cardillo, mundialmente conocido como Jago. Hace años decidió establecerse en el popular barrio de Sanità, en el centro de Nápoles, más conocido por sus tasas de delincuencia y pobreza que por su bullicio cultural. Su taller está en una iglesia abandonada y desde allí pretende cambiar el mundo:

"Colocar una obra de arte como 'El Hijo Velado' dentro de un barrio puede significar comenzar a reciclarlo adecuadamente; es algo más que la escultura en sí misma: significa cambiar la dinámica social. Esta es la fuerza del arte y hace posible mantener algunos lugares vivos. La obra de arte tiene esta habilidad: hace sagradas las cosas y los lugares", explica el artista.

El silencio de la iglesia se ve interrumpido por la curiosidad de la gente que vive puertas afuera y de esta interacción nace una obra de arte, símbolo de un renacimiento.

"Puedes poner tus obras de arte en un museo, donde se supone que son obras de arte, pero si realmente quiero evaluar mi obra, debería ponerla donde nadie iría. Si puedo llevar a algunas personas allí, entonces puedo cambiar la dinámica social: esto es lo que significa esculpir, lo que significa el arte", sentencia Jago.

Esta iglesia abandonada no perdió su función social y espiritual. Ahora es un lugar donde el arte se crea y se ofrece a los locales. La misma función es llevada a cabo por el redescubrimiento de antiguos tesoros que yacen bajo tierra.

El arte y la cultura en este barrio popular se traduce en oportunidades de trabajo y una nueva vida para sus jóvenes. Algunos obtuvieron la concesión de la gestión de las Catacumbas de San Genaro y dieron nueva vida a 12.000 metros cuadrados de patrimonio cultural subterráneo.

"Desde 2008, hemos empezado a dejar una marca que sigue creciendo. Éramos 5 voluntarios locos, ahora somos 40 jóvenes con trabajos y salarios adecuados, que pueden vivir del arte, la cultura y la belleza", explica Enzo Porzio, de la cooperativa La Paranza.

Doce años de gestión de un tesoro subterráneo en los que, de la mano de estos jóvenes, el número de visitantes anuales ha pasado de 5.000 a más de 160.000.

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