Abarrafía, un inmigrante marroquí de 20 años, pasó 57 días en una cárcel de Gran Canaria por un crimen que no cometió, acusado de intentar quemar viva a una chica española de 17 años. El caso conmocionó a España y avivó el discurso de odio de la extrema derecha.
El 21 de julio, apenas un mes y medio después de haber llegado en patera a Lanzarote, Abarrafía H., un joven marroquí de 20 años, ingresó en prisión acusado de un delito atroz: intentar quemar viva a una menor de 17 años en Las Palmas de Gran Canaria. La sospecha parecía demoledora y el relato inicial lo señalaba como culpable. Pero la historia terminó girando en otra dirección.
Las primeras informaciones se apoyaron en una llamada al 112. A las 4:01 de la madrugada del 16 de julio, un ciudadano alertaba de la presencia de "un moro" en una casa ocupada. No pedía ayuda inmediata, sino que denunciaba que ese joven iba a "reventar" el lugar. Solo al final, casi de pasada, mencionó que había "una chica quemada entera".
Aquella llamada marcó el inicio de la sospecha. Horas después, las cámaras de seguridad confirmarían que dos personas intentaban salir de un inmueble en llamas: primero un hombre, luego una mujer. La menor, de 17 años, fue evacuada en estado crítico al Hospital Doctor Negrín y posteriormente trasladada a otro centro en Sevilla, especializado en quemados graves.
Dudas desde el primer auto
El juez instructor del caso no ocultó su recelo en el mismo auto que decretaba prisión preventiva. El testigo que llamó al 112 estaba implicado en un episodio de acoso contra migrantes en el barrio de La Isleta apenas cinco días antes. Además, las imágenes parecían mostrar lo contrario a lo que se insinuaba: la menor difícilmente habría podido salir sola de un edificio cerrado con un muro y sin salidas practicables.
En la grabación del 112, incluso, se escuchaba una voz de fondo, la del propio Abarrafía gritando "médico, ayuda". Aun así, la sospecha de que la joven había sido quemada con un líquido inflamable, según los primeros partes médicos, mantuvo viva la hipótesis de un ataque intencionado.
La noticia rápidamente se volvió viral en las redes sociales y los medios de comunicación se hicieron eco inmediatamente del crimen, apuntando qu eun joven marroquí fue señalado como responsable de un incendio mortal en una vivienda ocupada en medio de un clima político ya de por sí tenso por los disturbios en Torre Pacheco. Ambos sucesos, ocurridos con pocos días de diferencia, alimentaron una narrativa de miedo y desconfianza hacia los inmigrantes magrebíes, amplificada por determinados perfiles y páginas en internet.
El relato de la víctima lo desmintió
Pero todo cambió semanas después, cuando la menor por fin pudo declarar en el hospital. Su testimonio desmontó la versión inicial: el fuego no fue provocado, sino accidental. Y Abarrafía, lejos de ser su agresor, había tratado de rescatarla. Coincidía palabra por palabra con lo que él había sostenido desde el principio. La Policía y los Bomberos, además, presentaron informes que desmentían la tesis del líquido inflamable. El caso se resquebrajaba por completo.
Esta semana, el juez ordenó su libertad provisional. No solo levantó la acusación de homicidio y lesiones dolosas, sino que reconoció la falta de base para sostener que Abarrafía intentó acabar con la vida de la joven. La única medida cautelar impuesta fue la prohibición de abandonar Gran Canaria, mientras se investiga si hubo alguna imprudencia.
Pero la liberación judicial no ha borrado el estigma. En redes sociales, perfiles que ya habían instigado hostilidad contra inmigrantes en La Isleta siguen llamándolo "monstruo" o "asesino", incluidos varios políticos de la extrema derecha española, como el líder de Vox, Santiago Abascal.
Una historia que habla de más que un incendio
El caso de Abarrafía no es solo el relato de un incendio fortuito y de una investigación judicial que cambió de rumbo. También refleja la fragilidad de quienes llegan sin papeles, sin arraigo y sin redes de apoyo: basta una llamada cargada de prejuicios para que la sospecha se convierta en condena social.
Hoy, mientras la menor se recupera de las graves quemaduras, Abarrafía trata de recomponer su vida bajo la sombra de un proceso judicial que, aunque debilitado, aún no se ha cerrado del todo.