Las diferentes ramas del hinduismo han ido enriqueciendo esta tradición que se declina en más de 400 rituales. Además del culto a Bhagawathi, la Diosa Madre, el ritual Theyyam venera a innumerables dioses y diosas populares e incluye el culto a los antepasados, los espíritus, los árboles y ciertos animales como las serpientes.
Annooran Balan Nenikkem, artista Theyyam:
“Cada comunidad celebra sus propios rituales. Las danzas son preparadas con esmero de tal manera que cada comunidad celebra su deidad con una creencia ciega.”
Balan fue iniciado en el arte de esta danza a los 12 años, hoy, lo transmite a su nieto.
Annooran Balan Nenikkem:
“El Theyyam no se enseña en la escuela sino en las tradicionales gurukul, residencias en las que los alumnos (shishya) conviven con el gurú. Los maestros actúan bajo la atenta mirada de los shishya que aprenden mediante la observación y la repetición.”
Annooran Karthik, nieto de Balan:
“Solía acompañar a mi padre a ver los rituales Theyyam. A fuerza de observarlos, acabaron gustándome. Quise participar y pregunté si podía aprender para formar parte de los rituales cuando fuera mayor.”
La familia Krishnan lleva 3 siglos organizando este ritual cada año.
Krishnan , sacerdote:
“Mi bisabuelo, mi abuelo, mi padre … durante tres generaciones, nuestra familia ha perpetuado la tradición Theyyam en nuestro hogar ancestral. Mucha gente acude desde tierras lejanas para asistir a las danzas. Verles felices nos hace felices. Rezan por sus familiares y por nosotros también. Los dioses les bendecirán como también nos bendecirán.”
Los preparativos llevan horas. Los artistas elaboran los trajes con hojas de palma, todos los elementos utilizados para la confección y maquillaje son extraídos de la naturaleza. Los bailarines provienen de las castas más bajas de la sociedad hindú invitados por los miembros de las castas superiores como Khishnan.
Krishnan, sacerdote:
“Aunque provengan de las castas inferiores, en el momento de la danza se metamorfosean en deidades, elevándose por encima de todos nosotros.”
Durante más de 24 horas, las danzas a ritmo de tambores hacen entrar en trance a los bailarines sumiendo a los creyentes en un silencio profundo.