El turismo y las bases de investigación están contaminando la Antártida, acelerando el deshielo y poniendo en peligro sus frágiles ecosistemas, según un nuevo estudio. Los visitantes anuales no llegaban a 8.000 en la década de 1990. El año pasado fueron más de 124.000.
La Antártida, la última gran reserva natural de la Tierra, se enfrenta a la creciente presión de la actividad humana. Un nuevo estudio publicado en 'Nature Sustainability' advierte de que el aumento del turismo y la expansión de las bases de investigación están contaminando el continente austral, acelerando el deshielo y amenazando ecosistemas frágiles, ya de por sí en peligro por el cambio climático.
Investigadores de Chile, Alemania y los Países Bajos recorrieron durante cuatro años 2.000 kilómetros de la Antártida para medir la contaminación. Descubrieron que en las zonas donde los humanos tienen una presencia activa, las concentraciones de metales tóxicos como el níquel, el cobre y el plomo son ahora 10 veces superiores a las de hace cuatro décadas.
"La creciente presencia humana en la Antártida suscita preocupación por los contaminantes procedentes de la combustión de combustibles fósiles, incluidos los procedentes de barcos, aviones, vehículos e infraestructuras auxiliares", escriben los autores.
Una marea creciente de turistas
El turismo antártico se ha disparado. Menos de 8.000 personas la visitaban anualmente en la década de 1990. Pero durante la temporada 2023-24, fueron más de 124.000, según la Asociación Internacional de Operadores Turísticos de la Antártida (IAATO), la agencia que supervisa el turismo en el continente.
Las proyecciones menos conservadoras sugieren que esta cifra podría alcanzar los 450.000 en 2034. En esa única temporada, 55 operadores turísticos realizaron casi 570 viajes a la región. Alrededor de dos tercios eran pasajeros de buques de expedición más pequeños que permiten desembarcar en el continente.
Por el momento, en la temporada 2024-25, 118.491 turistas han viajado a la región. Más de 80.000 han pisado suelo antártico, y unos 36.000 lo han visto desde la cubierta de algún barco.
Aunque la IAATO impone directrices, desde limitar los desembarcos en tierra hasta obligar a realizar controles de bioseguridad, las propias visitas podrían ser el problema. Investigaciones anteriores han demostrado que el viaje turístico medio genera 5,44 toneladas de emisiones de CO2 por pasajero.
El peaje físico de la presencia humana
El turismo deja algo más que una huella de carbono. Los científicos afirman que los visitantes perturban la vida salvaje, pisotean la frágil flora y aumentan el riesgo de introducir especies invasoras y enfermedades.
Pero el impacto más preocupante podría venir del carbono negro, el hollín producido por los motores de los barcos, los aviones y los generadores diésel. Esto oscurece la nieve, reduciendo su reflectividad y haciendo que absorba más calor.
"La nieve se derrite más deprisa en la Antártida debido a la presencia de partículas contaminantes en zonas frecuentadas por turistas", explica Raúl Cordero, coautor del estudio en la Universidad de Groninga. "Un solo turista puede contribuir a acelerar el deshielo de unas 100 toneladas de nieve".
Ese impacto se ve agravado por las expediciones de investigación, que dependen de vehículos pesados y campamentos de larga duración. Según el estudio, una sola misión científica puede tener un impacto diez veces mayor que un turista.
Esfuerzos para limitar los daños
Ha habido intentos de abordar el problema. El Tratado Antártico prohíbe el uso de contaminantes como el fuel pesado. Muchas empresas turísticas han empezado a introducir barcos eléctricos híbridos. La IAATO también coordina los movimientos de los barcos para evitar la congestión en los puntos de desembarco y hace cumplir las normas de observación de la fauna.
Pero los investigadores afirman que estas medidas no bastan: sólo una transición más rápida a las energías renovables y la reducción del uso de combustibles fósiles permitirán paliar los daños.
Aunque a los turistas que visitan la Antártida desde la cubierta de un crucero les parezca un paraje virgen, la huella humana está derritiendo la Antártida bajo la superficie. "Nuestros resultados muestran que queda mucho por hacer para reducir la carga de las actividades humanas en la Antártida", concluye el estudio.