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Armenia se enfrenta a una crisis de refugiados y está a las puertas de otra política

Niños de etnia armenia procedentes de Nagorno-Karabaj miran desde un camión tras llegar a la localidad armenia de Goris, en la región de Syunik, Armenia, el 28 de septiembre de 2023\.
Niños de etnia armenia procedentes de Nagorno-Karabaj miran desde un camión tras llegar a la localidad armenia de Goris, en la región de Syunik, Armenia, el 28 de septiembre de 2023\. Derechos de autor AP Photo/Vasily Krestyaninov
Derechos de autor AP Photo/Vasily Krestyaninov
Por Will Neal in Yerevan
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Este artículo se publicó originalmente en inglés

El primer ministro Nikol Pashinyan afronta el reto de atender a los refugiados de Nagorno Karabaj y, al mismo tiempo, mitigar los riesgos de agresión azerí contra el territorio armenio soberano.

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El lunes por la tarde, bajo el sol poniente, las nubes formaban una espiral de color naranja quemado sobre la ciudad de Goris, al este de Armenia.

El día anterior, un solitario autobús transportó a los últimos de los 100.000 armenios que huían de una campaña militar de un día en la que las fuerzas azeríes se hicieron con el control total de la región de Nagorno Karabaj, antes autónoma y situada dentro de las fronteras de Azerbaiyán.

Pocos de los recién llegados quieren a Nikol Pashinyan. Un sentimiento compartido por los miles de manifestantes que la semana pasada se congregaron en Ereván, la capital armenia, para protestar contra la gestión del primer ministro y las relaciones con Azerbaiyán y Rusia, consideradas como las causantes de la pérdida de un lugar que muchos definen como la patria espiritual del pueblo armenio.

Aunque es posible que los disturbios iniciales se hayan calmado, lo que los últimos acontecimientos en el largo conflicto entre estas naciones del Cáucaso Sur puedan significar para la permanencia de Pashinyan en el poder sigue siendo una cuestión abierta y profundamente tensa.

Lo más aterrador del mundo

Mila Hovsepyan hablaba en voz baja, como aturdida, desde un refugio en Goris, cerca de la frontera armenio-azerí, el lunes por la tarde. Ella y su madre Maro, que padece una discapacidad mental grave debido a una arteriosclerosis cerebral avanzada, llegaron días antes en un autobús desde Stepanakert, la capital de Nagorno Karabaj.

"Fuimos directamente al hospital porque mi madre se encuentra muy mal. No puede andar y necesita un retrete y un baño separados para que pueda lavarla con dignidad", explicó Mila. "Necesitamos una silla de ruedas para poder moverla, y un colchón especial que evite las llagas porque pasa casi todo el tiempo en la cama".

"Aquí no tenemos familia", añadió. "Es lo más aterrador del mundo, perderlo todo así".

A estas alturas, su historia es bastante típica. La gran mayoría de los que huyeron de Nagorno Karabaj a Armenia la semana pasada se han adentrado en el país, temerosos de permanecer tan cerca de la frontera y de las fuerzas azeríes estacionadas allí. Los que se han quedado en Goris son en su mayoría ancianos o enfermos, o no tienen familiares en Armenia que puedan prestarles ayuda.

La toma por Azerbaiyán de este enclave montañoso, que ha reclamado su independencia pero no ha conseguido el reconocimiento internacional desde 1991, se produjo a la velocidad del rayo. Tras la concentración de tropas azeríes en la región, las fuerzas rusas de mantenimiento de la paz estacionadas en la zona no lograron impedir el lanzamiento de una ofensiva total el 19 de septiembre, que duró menos de 24 horas antes de que las autoridades de Stepanakert anunciaran su rendición.

Aunque Artsaj, como era conocida por sus habitantes de etnia armenia, llevaba bloqueada más de diez meses, lo que restringía el suministro de alimentos y medicinas que se necesitaban desesperadamente, la teniente de alcalde de Goris, Irina Yolyan, afirma que poco podían haber hecho las autoridades armenias para prepararse para un éxodo de esta magnitud.

"Ahora mismo estamos atendiendo sus necesidades inmediatas: refugio, alimentos, ropa y medicinas", asegura. "Al mismo tiempo, también estamos registrando a la gente y tratando de entender lo que pueden necesitar a corto y medio plazo, especialmente a medida que se acerca el invierno".

Preguntada por la forma en que el primer ministro armenio, Nikol Pashinyan, ha gestionado las relaciones tanto con Azerbaiyán como con Rusia, todavía formalmente mediadora entre las naciones del Cáucaso Sur, enfrentadas desde hace mucho tiempo, sus modales se vuelven repentinamente fríos.

"Miles de familias se han quedado sin hogar. Azerbaiyán es como una apisonadora sobre el asfalto", asevera. "Nada les detiene, y esta situación crea una gran infelicidad, un gran descontento por las pérdidas territoriales y el nivel de sufrimiento humano", prosigue.

Un gobierno con 'poco margen de maniobra'

La mayoría de los armenios acogieron con satisfacción lo que parecía un nuevo amanecer en la política del país cuando Nikol Pashinyan asumió el poder tras una revolución prodemocrática y anticorrupción en 2018. Ahora, muchos se han desilusionado cada vez más con los intentos del primer ministro de alejarse de la dependencia histórica de Moscú como garante de la seguridad para buscar lazos más estrechos con Occidente. Esa desilusión se tradujo la semana pasada en protestas en las calles de Ereván, con pancartas y lemas coreados que denunciaban a Pashinyan como un "traidor" a los intereses del país.

Según Maximilian Hess, investigador del Instituto de Investigación de Política Exterior de Pensilvania, la caída de Nagorno Karabaj ha puesto seriamente en duda la diplomacia de Pashinyan. La legitimidad del primer ministro parece depender ahora de cómo afronte su ejecutivo los retos de gestionar la incipiente crisis de refugiados y, al mismo tiempo, mitigar los riesgos de agresión azerí contra territorio armenio soberano.

Antes del asalto a Nagorno-Karabaj, Azerbaiyán había manifestado desde hacía tiempo un gran interés por la posibilidad de abrir un corredor a través de Armenia hasta Najicheván, un enclave autónomo azerí dentro de las fronteras armenias. Esto, a su vez, proporcionaría un paso por tierra a Turquía, consolidando aún más la posición emergente de Azerbaiyán como centro clave de comercio y tránsito para Rusia en medio de las sanciones occidentales impuestas en respuesta a la guerra de Putin en Ucrania.

"El Gobierno se encuentra ahora en una situación en la que tiene muy poco margen de maniobra", indica Hess. "La crisis de los refugiados es realmente una cuestión de capacidad del Estado: éste no es un país especialmente rico. Lo que precipitaría nuevas manifestaciones sería un deterioro de la situación en torno a los refugiados, y también la posibilidad de un nuevo conflicto con Azerbaiyán."

"No estoy diciendo que la crisis política vaya a desembocar necesariamente en un cambio revolucionario de Gobierno", aclaró. "Pero Pashinyan necesitará ayuda internacional para garantizar que no se produzca un agravamiento de esa crisis como resultado de una agresión azerbaiyana que la convierta en una cuestión sobre el futuro de la propia Armenia".

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Ahora mismo, todos estos dilemas geopolíticos más amplios están lejos para Bernik Lazaryan, que huyó de Nagorno-Karabaj la semana pasada con su mujer, su madre y su hija pequeña. Durante varias horas, una noche antes de su partida, afirma haber llevado a casa el cuerpo de un amigo de la infancia muerto a tiros por las fuerzas azeríes, sólo para mostrar que su pueblo ya había caído.

"No tengo ni idea de lo que nos va a pasar ahora", dice a las puertas del Hotel Goris, de la era soviética, donde está alojado con su familia. "Simplemente debemos encontrar una forma de vivir".

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