La respuesta de Irán no puede interpretarse en un contexto militar limitado. La ecuación es más amplia y se enmarca en una batalla política y estratégica de supervivencia, interna y externa.
Irán no pudo permitirse el lujo de elegir la forma o el tamaño de su respuesta tras los ataques israelíes en la madrugada del viernes, que tuvieron como objetivo lugares altamente sensibles en lo más profundo de su territorio, desde instalaciones nucleares hasta cuarteles militares y asesinatos de cuadros científicos y de seguridad de primer rango.
El ataque no fue solo un golpe militar, sino un desafío directo al prestigio del régimen iraní en un momento crítico a nivel regional e internacional, colocando a Teherán en una encrucijada existencial: responder, o perder su posición como potencia regional en ascenso.
La opinión pública interna entra en la ecuación
Teherán no se planteó responder solo en términos de soberanía, sino una necesidad estratégica. En teoría, ningún régimen puede permanecer en silencio ante un objetivo directo de esta magnitud sin pagar un alto precio político.
La calle iraní, que ya vive bajo el peso de las sanciones, el declive económico y la pérdida de confianza en los resultados de las políticas exteriores, habría estallado si Teherán no hubiera dado una respuesta proporcional a la magnitud del ataque. La ecuación esta vez no era solo con Israel, sino también con la opinión pública nacional, que impulsó al régimen a tratar la escalada como una batalla por la supervivencia, no solo como una crisis pasajera.
El equilibrio regional entra en el cálculo
Por otro lado, los responsables iraníes saben que cualquier laxitud en la respuesta se interpretaría como una retirada estratégica, socavando décadas de inversión en influencia en escenarios como Irak, Siria, Líbano y Yemen. Quizás más importante aún, el silencio habría dado la impresión de que Tel Aviv había logrado contener a Teherán sin pagar un precio, sentando un peligroso precedente para el régimen en el equilibrio regional de disuasión.
Teherán busca destacar frente al papel de los países árabes
La respuesta iraní, aunque aparentemente moderada en sus cálculos para evitar caer en una guerra total, transmitía un doble mensaje: 'estamos listos para una confrontación si se impone, y no vamos a aceptar el insulto'. Teherán optó por responder con docenas de misiles y drones en el interior de Israel, no solo para demostrar su capacidad, sino también para demostrar a cualquiera que apostara por debilitarlo en un momento de confusión que sigue siendo un actor presente en la ecuación de la disuasión.
Pero el escenario es más complejo que un mero intercambio de golpes. Según su planteamiento, Irán está inmerso en una lucha por establecer su legitimidad interna y regional ante el claro declive del papel oficial árabe y el retroceso de muchas capitales a la hora de enfrentarse a Israel o incluso de seguirle el ritmo diplomáticamente. Por eso, Teherán ve esta batalla como una oportunidad para reexportarse como fuerza de vanguardia frente a Tel Aviv, especialmente después de lo ocurrido en Gaza y de la reacción popular en el mundo árabe ante cualquier parte que levante la bandera de la confrontación con Israel.
Así, Irán hoy no solo lucha por restaurar su reputación tras los ataques israelíes, sino también por continuar su proyecto. Defiende un sistema político, de seguridad y económico que gradualmente pierde apoyo popular interno. Lucha por proteger su posición del colapso bajo la presión del aislamiento internacional y por demostrar que aún es capaz de imponer ecuaciones, no solo de reaccionar ante ellas.
Una batalla por la supervivencia, no un enfrentamiento fugaz
En conclusión, la respuesta de Irán no puede interpretarse en un contexto militar limitado. La ecuación va más allá de un misil por aquí o un ataque por allá. Se trata de una batalla política y estratégica por la supervivencia, tanto interna como externa, librada por el régimen de Teherán bajo el lema de que 'no hay vuelta atrás y no hay más opción que la confrontación'.