Después de que Donald Trump y Vladímir Putin acordaran iniciar "inmediatamente" negociaciones sobre Ucrania, Europa se pregunta si tendrá un asiento en la mesa.
Ha necesitado una hora y media para arrasar tres años de unidad. Con su "altamente productiva" llamada telefónica con Vladímir Putin, Donald Trump ha dejado de lado las normas de procedimiento de Occidente para proponerse como el único intermediario que puede sentar a Rusia y Ucrania a la mesa. "Hemos acordado que nuestros respectivos equipos comiencen las negociaciones inmediatamente", escribió Trump en las redes sociales. El tono de su post era tan halagador que el lector no podía distinguir qué país estaba invadiendo a cuál.
Tras la llamada, un periodista preguntó al presidente estadounidense si consideraba a Ucrania un "miembro igual" del proceso de paz. Trump reculó y dijo: "Es una pregunta interesante. Creo que tienen que hacer las paces. Su gente está siendo asesinada. No fue una buena guerra en la que meterse", añadió, sin decir quién entró primero. Los sorprendentes comentarios de Trump fueron precedidos por unas declaraciones igualmente alarmantes de su secretario de Defensa, Pete Hegseth, quien descartó de plano el deseado retorno de Ucrania a las fronteras anteriores a 2014 y su adhesión a la OTAN como objetivos "poco realistas" que no deberían formar parte de ningún acuerdo con Rusia para lograr una "paz duradera".
Hegseth también descartó dotar a cualquier misión de mantenimiento de la paz de la protección del artículo 5 de Defensa colectiva de la OTAN, el elemento disuasorio más poderoso de la alianza, lo que en la práctica imposibilita a cualquier país occidental comprometer tropas en el futuro. En Europa, la sucesión de anuncios golpeó como un latigazo.
Durante los últimos tres años, las naciones europeas se han esforzado por construir un frente unificado contra el contundente intento de Putin de rediseñar el mapa del continente. A pesar de los múltiples contratiempos en el camino, y bastantes amenazas de veto, Europa consiguió cerrar filas y mantener una política coherente y predecible. Sobre Rusia, presión mediante sanciones y aislamiento diplomático. A Ucrania, apoyo mediante ayuda financiera y militar.
Bruselas fue más allá al conceder a Ucrania el estatus de candidato a la adhesión a la Unión Europea, tejiendo un vínculo más profundo y estrecho entre el bloque y el país devastado por la guerra. El destino de Ucrania se entrelazó con el de la UE, y viceversa. "Putin se esfuerza más que nunca por ganar esta guerra sobre el terreno. Su objetivo sigue siendo la capitulación de Ucrania", declaró a principios de mes Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, evocando un tema que se ha convertido en leitmotiv de sus intervenciones.
"No sólo está en juego el destino de Ucrania. Es el destino de Europa". Pero ahora, tras una llamada telefónica, el destino de Europa pende de un hilo. Al posicionarse como único intermediario entre Rusia y Ucrania, Trump está sacando a Europa, y a todos sus socios occidentales, de la delicada ecuación, dejando a todo el continente como mero espectador del proceso de paz más formidable del siglo XXI. Su intención de reunirse con Putin, cara a cara, en Arabia Saudí, un país a kilómetros de distancia de Europa, subraya sus prioridades.
Correspondió al presidente Volodímir Zelenski, con quien Trump habló después, no antes, de su conversación con Putin, volver a meter en la conversación a la coalición occidental. "Creemos que la fuerza de Estados Unidos es suficiente para presionar a Rusia y a Putin hacia la paz, junto con nosotros, junto con todos nuestros socios", dijo Zelenski.
El síndrome de la silla vacía
Mientras tanto, una Europa mareada intentaba recuperar el equilibrio. En una declaración conjunta hecha pública el jueves, casi a medianoche, los ministros de Asuntos Exteriores de Francia, Alemania, Polonia, Italia, España y Reino Unido, junto con Kaja Kallas, alta representante de la UE, se comprometieron a hacer oír su voz. "Ucrania y Europa deben formar parte de cualquier negociación. Ucrania debe contar con sólidas garantías de seguridad", afirmaron. "Una paz justa y duradera en Ucrania es condición necesaria para una fuerte seguridad transatlántica".
A pesar de sus buenas intenciones, la declaración no ofrecía ninguna garantía de que alguien de Europa, además de Ucrania, se asegurara un asiento en la mesa. Trump, al parecer, quiere un formato de tres hombres para liderar todo el proceso, sin la participación de aquellos que limitan con Rusia y temen ser el próximo objetivo del neoimperialismo de Putin.
La razón de la exclusión es evidente: a diferencia de su predecesor, Joe Biden, que se enorgullecía de unir a los aliados occidentales contra el Kremlin, Trump nunca ha mostrado interés en replicar ese modelo. Su visión de "América primero" y su intensa aversión por el multilateralismo son, por naturaleza, incompatibles con cualquier esfuerzo por mantener un frente unido. De hecho, poco después de la toma de posesión de Trump, EEUU cedió el liderazgo del grupo Ramstein, una alianza de más de 40 naciones que apoyan a Ucrania, a Gran Bretaña.
Con Biden en la Casa Blanca, había suficiente armonía atlántica para que Europa confiara en que sería un actor clave en la misión de restaurar la paz en Ucrania e introducir controles fiables para mantener bajo control el expansionismo de Putin. Con Trump en la Casa Blanca, solo hay cacofonía. Para cuando Europa logre atravesar el ruido, podría encontrarse con el extremo corto del palo, o sin palo alguno. "El tema no termina con una llamada telefónica entre el presidente de Estados Unidos y el presidente de Rusia. Esto no es más que el principio.
Y no sé exactamente cuál será el siguiente paso en el proceso", dijo el portavoz jefe de la Comisión Europea, señalando que Bruselas no tenía conocimiento previo de la llamada telefónica. El portavoz insistió en que "tanto Ucrania como Europa" debían sentarse a la mesa, pero no podía garantizar que se les ofreciera ese asiento. La falta de una silla lleva mucho tiempo atormentando las peores pesadillas de Europa.
Dale demasiado a Putin y nunca sabrás dónde se detendrá, han advertido una y otra vez los europeos, especialmente los del Este. La admiración pública de Trump por Putin (en una ocasión le llamó "genio") y su enfoque transaccional de la política exterior (ha comparado la Franja de Gaza con un "gran solar inmobiliario") han reforzado los temores, largamente arraigados, de que las negociaciones, sin europeos en la sala, desembocarían inevitablemente en un acuerdo que dejaría a Ucrania más pequeña y débil y socavaría la arquitectura de seguridad de todo el continente.
El hecho de que el discurso de Hegseth en la OTAN pareciera revelar las cartas de la Casa Blanca antes de las conversaciones con el Kremlin agravó aún más la sensación de fatalidad. Donald Tusk, el franco primer ministro de Polonia, recurrió al notorio uso de las mayúsculas por parte de Trump para subrayar lo mucho que está en juego, traicionando de paso su desesperación. "Todo lo que necesitamos es paz. UNA PAZ JUSTA", escribió Tusk en las redes sociales. "Ucrania, Europa y Estados Unidos deberían trabajar juntos en esto. JUNTOS".