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El motivo por el que en verano tenemos menos hambre

Sandía (imagen de archivo)
Sandía (imagen de archivo) Derechos de autor  Copyright 2025 The Associated Press. All rights reserved
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Por Jesús Maturana
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¿Se ha preguntado alguna vez por qué tiene menos apetito en verano y, en cambio, el cuerpo le pide más beber o comidas más frescas? El motivo es una regulación hormonal del cuerpo que da prioridad a la hidratación.

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Cuando llegan los meses estivales, experimentamos un cambio notable en nuestros hábitos alimentarios. Las comidas copiosas y los guisos calientes del invierno dan paso a cremitas ligeras, ensaladas refrescantes, salmorejo y gazpacho.

Este fenómeno no es casual: el organismo adapta sus necesidades nutricionales y metabólicas a las condiciones ambientales, priorizando mantenerse fresco e hidratado sobre la ingesta calórica abundante.

Durante el verano, nuestro cuerpo experimenta una serie de adaptaciones metabólicas que explican la reducción natural del apetito. El hipotálamo funciona como termostato y mantiene el equilibrio entre la producción y la pérdida de calor, ajustando las demandas energéticas según la temperatura ambiente.

En condiciones de calor, el organismo necesita considerablemente menos energía para mantener la temperatura corporal óptima. Mientras que en invierno el cuerpo incrementa el gasto energético para generar calor interno y conservar la temperatura, en verano este proceso se invierte. La termogénesis disminuye naturalmente, reduciendo así la demanda calórica y, consecuentemente, la sensación de hambre.

Las altas temperaturas provocan además una vasodilatación que puede generar sensación de fatiga o pesadez. El calor, el mal descanso por las altas temperaturas y los cambios de rutina elevan el cortisol —la hormona del estrés—, lo que modifica los patrones de hambre y hace que el cuerpo priorice la hidratación sobre la digestión.

Esta respuesta fisiológica explica por qué las comidas pesadas, altas en grasas y proteínas, resultan menos apetecibles durante los meses calurosos, ya que requieren mayor esfuerzo digestivo y elevan la sensación térmica corporal.

El papel de la luz solar en la regulación del apetito

El incremento de horas de luz solar durante el verano desencadena cambios hormonales significativos que influyen directamente en nuestro apetito. La luz solar tiene un impacto directo en el peso corporal al afectar el metabolismo y la quema de calorías, principalmente a través de la regulación de neurotransmisores como la serotonina y la melatonina.

La luz del sol afecta a la serotonina y al estado de ánimo, y no es casualidad que la serotonina sea una de las llamadas moléculas de la felicidad. Durante el verano, la mayor exposición solar incrementa naturalmente los niveles de serotonina, un neurotransmisor que no solo mejora el estado de ánimo, sino que también actúa como supresor natural del apetito. Este aumento de serotonina nos hace sentir más satisfechos y reduce la necesidad de comer en exceso, lo que explica por qué durante esta época preferimos alimentos ligeros y frescos.

Además, el hecho de que en verano hay mayor tiempo de luz diurna afecta a la producción de la melatonina, una hormona entre cuyas funciones está la de regular los ritmos circadianos del organismo. Esta alteración en los ritmos biológicos también contribuye a modificar los patrones alimentarios habituales.

Adaptación alimentaria: hidratación como prioridad

El verano transforma nuestras preferencias alimentarias hacia opciones que favorezcan la hidratación y faciliten la termorregulación. Durante esta época, el organismo demanda menos comida y más líquidos, lo que se traduce en un apetito reducido por alimentos sólidos y un incremento en la preferencia por comidas ricas en agua.

Los alimentos ideales para el verano incluyen frutas como la sandía (compuesta por más del 90% de agua), el melón y la piña, que proporcionan hidratación, vitaminas y fibra sin sobrecargar el sistema digestivo.

Las verduras como el pepino, el tomate y la lechuga ofrecen frescor, nutrientes esenciales y contribuyen significativamente a mantener los niveles de hidratación corporal. El gazpacho, por ejemplo, combina múltiples vegetales ricos en agua y electrolitos, convirtiéndose en una opción perfecta para reponer líquidos y nutrientes de forma ligera.

Esta adaptación alimentaria no es solo una cuestión de preferencia personal, sino una respuesta evolutiva inteligente del organismo. Al reducir el apetito por comidas pesadas y aumentar el deseo de alimentos hidratantes, el cuerpo optimiza su funcionamiento durante los meses de mayor temperatura, manteniendo un equilibrio térmico adecuado mientras asegura la nutrición necesaria.

Así, incorporar alimentos ricos en agua durante el verano no solo satisface las demandas fisiológicas estacionales, sino que favorece una digestión más liviana y un mejor equilibrio corporal general.

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