De las vendimias de la gripe española a las cosechas del coronavirus: así rebrotan las pandemias

Migrantes búlgaros cosechan nectarinas, la mayoría destinadas al mercado alemán, en Fraga, España, el jueves 2 de julio de 2020.
Migrantes búlgaros cosechan nectarinas, la mayoría destinadas al mercado alemán, en Fraga, España, el jueves 2 de julio de 2020. Derechos de autor Emilio Morenatti/AP
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Por Marta Rodriguez Martinez
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¿La segunda oleada de la gripe española llegó porque la gente se relajó durante el verano?

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"Como era de temer, la epidemia global ha vuelto a elegir a España como campo de sus estragos, se ha servido a hacernos una nueva visita, como si no conservásemos el desagradable recuerdo de su permanencia en esta ciudad durante los meses de mayo y junio".

Así relataba La Gaceta del Sur, un periódico que se editaba en la ciudad española de Granada, el comienzo de la segunda oleada de la denominada gripe española, el 19 de septiembre de 1918.

Más de un siglo después, en julio del 2020 y en medio de otra pandemia, esta vez por el nuevo coronavirus, los paralelismos históricos resuenan con fuerza, mientras se suceden los rebrotes en Europa.

"El segundo brote de la gripe española fue más letal que el primero porque la gente se despreocupó en verano", reza una de las imágenes que no ha parado de compartirse en las redes sociales desde que los países europeos empezaran a desconfinarse al final de la primavera.

Esta afirmación no es correcta, explican a Euronews las historiadoras españolas Laura y María Lara Martínez, expertas en la gripe española y autoras de 'Breviario de la historia de España'.

Según sus investigaciones, los principales factores de propagación de la segunda oleada de la gripe de 1918 estuvieron fuera del control de las poblaciones y la transmisión se aceleró con el final de la Primera Guerra Mundial y la vuelta a casa de los soldados.

La primer oleada llegó a España en el mes de mayo durante la fiesta del patrón de Madrid, San Isidro. "La gente fue a la verbena como si fuera una fiesta normal y se contagiaron", explica María Lara. Hacia el 20 de mayo, se empezaron a diagnosticar casos y se comenzó a hablar de un constipado o gripe leve. "No se intuía la mortandad".

Pero en cuestión de una semanas se cerraron colegios, teatros, se prohibió que se vendiera ropa o muebles usados, se desinfectaron calles y las estaciones de tren; muchas de las medidas de contención del virus que hemos vuelto a ver durante la pandemia del coronavirus.

Los policías en Seattle usando mascarillas hechas por la Cruz Roja, en diciembre de 1918.

Después de un verano más tranquilo, llegó el otoño y la segunda oleada, la más letal.

"Se había muerto mucha gente en la primera oleada dejando muchos huérfanos y viudas que se tuvieron que poner a trabajar", explica Laura Lara.

Muchas de estas personas se emplearon como jornaleros en las vendimias en Francia. Entonces, exponerse al contagio era "una causa de fuerza mayor, sobrevivir sin ningún subsidio", añade.

Estas campañas agrícolas acabaron convirtiéndose en perfectos focos de contagio. "Se trata de una sociedad en la que no había medidas de prevención de riesgos laborales, sin mascarillas, ni distancia de seguridad", añade la historiadora.

Una idea de las precarias condiciones se puede intuir en un relato dos décadas posterior del geógrafo francés Albert Demangeon que escribió que los jornaleros españoles aceptaban alojarse "en cualquier sitio" y era "frecuente encontrar seis, ocho e incluso diez personas de una misma familia, o a veces sin parentesco alguno, que cohabitan en tres, o sólo en dos cuartos, que son generalmente verdaderos cuchitriles".

En 2020, las cosechas con mano de obra migrante y condiciones precarias también está en el punto de mira de los rebrotes.

Por ejemplo, en la comarca española del Segrià, en Cataluña, los rebrotes coincidieron con la época de recolección de la fruta que atrajo a miles de personas en busca de trabajo temporal. "Nos dejan dormir en las calles, nos tratan como si fuéramos perros callejeros", comentaba Biram Fall, un migrante senegalés de 52 años a AP.

En Alemania, se vieron obligados al reconfinar a más de 600.000 personas en dos cantones de Renania del Norte-Westfalia debido a un importante foco en un enorme matadero, un rebrote que expusó las precarias condiciones de trabajo de los trabajadores inmigrantes que se alojan en viviendas comunales hacinadas.

AP Photo/Emilio Morenatti
Una trabajadora local camina a lo largo de un centro de exhibición convertido en un refugio temporal de temporeros en Lleida, España, el jueves 2 de julio de 2020.AP Photo/Emilio Morenatti

En 1918, los temporeros eran españoles y traían el virus a sus pueblos y ciudades cuando terminaban las cosechas, explican las hermanas Lara.

Las historiadoras han encontrado una viñeta de un periódico de la época en el que se puede ver a un esqueleto vestido de flamenca y con chaqueta de torero, cruzando la frontera con una maleta donde se puede leer la palabra "gripe" ante la atenta mirada de un gendarme francés.

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La mutación del virus y las fiestas patronales

Otro de los factores determinantes en la virulencia de la segunda oleada fue que el virus mutó y afectó a muchos adultos jóvenes sin patologías previas, explica María Lara.

Aunque este dato no se ha podido confirmar plenamente porque la reproducción del genoma se consiguió "en muestras de cadáveres congelados de fallecidos en la segunda ola, entre ellos tejido pulmonar de una mujer enterrada en permafrost en Alaska", añaden las hermanas Lara.

Por último, el gran número de fiestas populares que hay en los pueblos de España en septiembre, el desconocimiento científico y las creencias populares también jugaron un papel en la segunda oleada.

En Madrid, se estaban haciendo las obras del metro que se inauguraría en 1919 y mucha gente pensó que el virus podría proceder del centro de la tierra, apunta María Lara.

En Zamora, el obispo Antonio Álvaro y Ballano organizó una misa el 30 de septiembre de 1918 en honor de San Roque, protector contra la peste. Se dispararon los contagios, hasta llegar a los 200 fallecidos en un solo día, explican las historiadoras.

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Muchos colegios no abrieron hasta después de Navidad, en enero de 1919.

La tercera ola de la gripe española golpeó en la sucesiva primavera y fue más leve, probablemente porque una gran proporción de la población ya había adquirido inmunidad.

En junio de 1918, el periódico El Castellano, que se publicaba en Toledo, escribía: "Es cosa de observación exacta el hecho de que en las epidemias existen tres periodos: de benignidad primero, de gravedad después, y de levedad final".

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