Los investigadores están desarrollando abonos de origen biológico que reducen la contaminación, ahorran energía y podrían frenar la dependencia europea de las importaciones rusas. Una solución prometedora: algas cultivadas con aguas residuales.
En el oeste de Francia, los agricultores están experimentando con un abono poco convencional: un polvo elaborado a partir de algas cultivadas con aguas residuales. Los resultados son alentadores: mezclado con abonos minerales, este producto de origen biológico puede reducir su uso hasta un 25%, sin sacrificar el rendimiento.
"Cultivamos algas unicelulares en efluentes lácteos de una planta de procesamiento de alimentos", explica Orhan Grignon, asesor de agricultura y medio ambiente de la Cámara de Agricultura de Charente-Maritime.
"Las algas se alimentan de la materia orgánica de las aguas residuales y la convierten en biomasa vegetal. Después deshidratamos esa biomasa y la esparcimos por los campos como abono, ya que es naturalmente rica en nitrógeno".
Las pruebas, realizadas en parcelas de trigo, compararon el polvo de algas con abonos minerales y otros productos orgánicos. El veredicto: las algas por sí solas no igualan a los fertilizantes minerales en términos de rendimiento, pero cuando se combinan con ellos, ofrecen los mismos resultados, al tiempo que reducen el uso de fertilizantes minerales en una cuarta parte.
Sin embargo, existen desafíos. A diferencia de los fertilizantes minerales, que liberan nitrógeno al instante y son fáciles de dosificar, el polvo de algas actúa más lentamente.
"Su gestión requiere anticipación y más experiencia por parte de los agricultores", afirma Grignon. Pero su potencial es evidente. Y como está deshidratado, puede transportarse más lejos y utilizarse en zonas donde está restringido esparcir lodos de depuradora, otro fertilizante orgánico.
Las pruebas se realizaron en el marco de WALNUT, un proyecto europeo destinado a dar una segunda vida a las aguas residuales. "Nuestro principal objetivo es tratar distintos tipos de aguas residuales, como efluentes industriales, aguas residuales urbanas o salmueras", explica su coordinador, Francisco Corona Encinas.
"Aplicando un enfoque circular, no sólo reducimos la carga contaminante de estos procesos, sino que también añadimos valor a los nutrientes que contienen, utilizándolos como biofertilizantes en la agricultura". Un ejemplo prometedor es el de Orense, en el norte de España, donde se encuentra una de las depuradoras más avanzadas de Europa.
Aquí, técnicos e investigadores ponen en práctica la recuperación de nutrientes a gran escala. "En esta instalación de casi 30.000 metros cuadrados llegan cada segundo más de 600 litros de aguas residuales urbanas", explica Alicia González Míguez, directora de proyectos de CETAQUA.
"Aquí, el agua de grifos, lavabos e inodoros pasa por una depuración avanzada antes de volver al río. Pero no sólo eliminamos los compuestos nocivos: también recuperamos nutrientes valiosos como el nitrógeno y el fósforo".
Tradicionalmente, los abonos nitrogenados se fabrican mediante procesos que consumen grandes cantidades de energía y emiten gases de efecto invernadero. En Orense, ese nitrógeno procede de las corrientes residuales que quedan tras el tratamiento de los lodos.
"Esta corriente residual es muy rica en nitrógeno, un nutriente esencial para las plantas", explica Cecilia Lores Fernández, investigadora de CETAQUA. "Recuperamos este nitrógeno utilizando un lecho de zeolitas, y luego lo extraemos con hidróxido de sodio para crear una corriente básica, que finalmente transformamos en sulfato de amonio para su aplicación en campos agrícolas."
Con la creciente demanda mundial de nitrógeno, añade, "esta tecnología puede ofrecer una alternativa a la producción convencional, que se basa en procesos contaminantes y de alto consumo energético."
Mediante la recuperación de nutrientes y el desarrollo de biofertilizantes, Europa puede reducir su dependencia de las importaciones, disminuir el impacto ambiental y dotar de resiliencia a sus sistemas alimentarios.
Aunque es necesario seguir investigando para optimizar estos productos, los primeros resultados muestran un potencial real. Desde las algas cultivadas en los efluentes de las fábricas hasta el nitrógeno extraído de las aguas residuales municipales, estas innovaciones apuntan a un futuro en el que lo que tiramos por el retrete podría ayudar a alimentar al continente, cerrando el círculo entre residuos y alimentos.