En un gimnasio de Surin, unos 550 residentes esperan juntos tras huir el domingo. Los equipos locales reparten comida e intentan mantener entretenidos a los niños, y el tiempo fresco hace las largas horas algo más llevaderas. Aun así, muchos se preocupan por las casas y los animales que dejaron atrás. Una ganadera dijo que no puede dejar de pensar en sus vacas, patos, perros y gatos.
Ambos gobiernos prometen mantenerse firmes, y las conversaciones parecen lejanas. Para algunos evacuados, la tensión es emocional, mientras tratan de comprender por qué dos vecinos con vínculos profundos vuelven a estar en guerra.