En aldeas sin agua corriente ni tanques de recolección de lluvia, el trayecto puede llevar horas, navegando por senderos empinados y cargando bidones pesados de vuelta cuesta arriba.
A medida que las comunidades envejecen, la carga recae cada vez más en mujeres mayores, muchas viudas y viviendo solas, que continúan estas exigentes caminatas a pesar de su menguante fuerza.
La rutina se repite cada mañana, un ritmo de necesidad que moldea la vida en todo el continente, donde el acceso a agua limpia y fiable sigue siendo escaso y el esfuerzo para obtenerla es implacable.