La diminuta imagen dorada, venerada durante más de cuatro siglos, sigue siendo un poderoso símbolo de fe y resistencia en un país que atraviesa su crisis económica más severa en décadas.
Los cortes de energía, la falta de agua y suministros básicos han dificultado la vida diaria de la población durante los últimos cuatro años.
Muchos fieles expresaron súplicas por unidad y cambio mientras seguían a la Virgen. A pesar de las restricciones sobre la religión tras la revolución, la devoción a la santa ha persistido, atrayendo tanto a católicos como a seguidores de la santería. Su santuario cerca de Santiago sigue siendo uno de los sitios de peregrinación más importantes de la isla.